Archivado en (Los episodios avilesinos)por albertodelrio on 28-04-2013
Zulaica, Tomás Vallaure Acha, Trinidad Fernández-Blanco. 'Aminta'
En Arnao, concejo de Castrillón y comarca de Avilés, se recorta en el horizonte un original y legendario castillete minero de madera. Con paredes y zona superior revestidos de zinc, está diseñado por el arquitecto Tomás Acha Zulaica.
Emplazado al borde de un pequeño acantilado sobre la playa de Arnao, su silueta de aspecto nórdico se divisa perfectamente –una de las cualidades elementales para ser símbolo de algo es su visibilidad– desde tierra, mar y aire.
Y hoy es un símbolo de muchos perendengues y por doble motivo. Por un lado, homenaje a la industrialización asturiana (fue la primera mina de extracción vertical de carbón de Asturias y además submarina) y pronto se abrirá como museo. Y por otro, porque es el buque insignia del Conjunto Histórico Industrial de Arnao, edificaciones de patrimonio que, ejemplarmente, el Ayuntamiento de Castrillón ha conseguido birlarle a la mediocridad y al óxido del tiempo. Dentro de ese conjunto patrimonial están incluidas las escuelas del Ave María, también diseñadas por el arquitecto Acha.
Tomás Acha Zulaica (Bilbao, 1876-Salinas, 1970) llegó para trabajar en la Real Compañía Asturiana de Minas en 1902. Se estableció en Salinas, casándose posteriormente con la corverana Mª Trinidad (‘Aminta’) Fernández-Blanco. Dejaron numerosa descendencia: ocho hijos, diecinueve nietos, unos cuarenta biznietos, y un número de tataranietos difícil de cuantificar. Yo conozco a uno de sus nietos: Javier Vallaure de Acha, embajador de España y ‘Sardina de Oro’ de Sabugo. Tanto él como su hermano Tomás (con quien mantengo correspondencia) veneran al gran patriarca.
Su abuelo desarrolló una labor frenética. Su trabajo no se limitó a la Real Compañía. Ya que fue autor de muchos y variados proyectos que van desde destacados casas particulares –un ejemplo es la casa número 97 de la calle Rivero– hasta panteones en el monumental cementerio municipal de La Carriona.
Pero de su numerosa obra, yo destacaría la que va unida a edificios destinados a funciones públicas. Es el caso del primer hospital moderno de Avilés, espectacular edificio que se alza en el barrio de El Carbayedo y que diseñaron, en 1920, entre Tomás Acha y Manuel del Busto (arquitecto, éste, del teatro Palacio Valdés).
Luego están los edificios dedicados a la enseñanza, en los que Acha se ‘especializó’, como las Escuelas Nacionales de Avilés, en terrenos que hoy ocupa la Casa Municipal de Cultura, las escuelas de Arnao (antes mencionadas) y la de niñas de Miranda.
Diseñó edificios y casas, ya digo, y le pasaron cosas. Por ejemplo que por negarse a dejar de vivir en Salinas, fue rechazado, dos veces, para optar a la plaza de arquitecto oficial del Ayuntamiento avilesino. Pero le crearon el puesto especial de arquitecto-consultor, porque era profesional de mucho fuste.
Adoraba Salinas (el balneario antiguo de madera, fue obra suya) y le gustaba mucho el cine, los pasteles de Galé y la comida de Casa ‘Lin’. Sus nietos le recuerdan, tocando el piano en su casa de Salinas, tocada –su cabeza– con txapela, mientras entonaba viejas canciones en euskera. Sentido ceremonial. Genio y figura.
Gran parte de su obra civil e industrial, desarrollada entre 1902 y 1960, la seguimos teniendo entre nosotros. Un privilegio.
Zulaica, Tomás Vallaure Acha, Trinidad Fernández-Blanco. 'Aminta'
En Arnao, concejo de Castrillón y comarca de Avilés, se recorta en el horizonte un original y legendario castillete minero de madera. Con paredes y zona superior revestidos de zinc, está diseñado por el arquitecto Tomás Acha Zulaica.
Emplazado al borde de un pequeño acantilado sobre la playa de Arnao, su silueta de aspecto nórdico se divisa perfectamente –una de las cualidades elementales para ser símbolo de algo es su visibilidad– desde tierra, mar y aire.
Y hoy es un símbolo de muchos perendengues y por doble motivo. Por un lado, homenaje a la industrialización asturiana (fue la primera mina de extracción vertical de carbón de Asturias y además submarina) y pronto se abrirá como museo. Y por otro, porque es el buque insignia del Conjunto Histórico Industrial de Arnao, edificaciones de patrimonio que, ejemplarmente, el Ayuntamiento de Castrillón ha conseguido birlarle a la mediocridad y al óxido del tiempo. Dentro de ese conjunto patrimonial están incluidas las escuelas del Ave María, también diseñadas por el arquitecto Acha.
Tomás Acha Zulaica (Bilbao, 1876-Salinas, 1970) llegó para trabajar en la Real Compañía Asturiana de Minas en 1902. Se estableció en Salinas, casándose posteriormente con la corverana Mª Trinidad (‘Aminta’) Fernández-Blanco. Dejaron numerosa descendencia: ocho hijos, diecinueve nietos, unos cuarenta biznietos, y un número de tataranietos difícil de cuantificar. Yo conozco a uno de sus nietos: Javier Vallaure de Acha, embajador de España y ‘Sardina de Oro’ de Sabugo. Tanto él como su hermano Tomás (con quien mantengo correspondencia) veneran al gran patriarca.
Su abuelo desarrolló una labor frenética. Su trabajo no se limitó a la Real Compañía. Ya que fue autor de muchos y variados proyectos que van desde destacados casas particulares –un ejemplo es la casa número 97 de la calle Rivero– hasta panteones en el monumental cementerio municipal de La Carriona.
Pero de su numerosa obra, yo destacaría la que va unida a edificios destinados a funciones públicas. Es el caso del primer hospital moderno de Avilés, espectacular edificio que se alza en el barrio de El Carbayedo y que diseñaron, en 1920, entre Tomás Acha y Manuel del Busto (arquitecto, éste, del teatro Palacio Valdés).
Luego están los edificios dedicados a la enseñanza, en los que Acha se ‘especializó’, como las Escuelas Nacionales de Avilés, en terrenos que hoy ocupa la Casa Municipal de Cultura, las escuelas de Arnao (antes mencionadas) y la de niñas de Miranda.
Diseñó edificios y casas, ya digo, y le pasaron cosas. Por ejemplo que por negarse a dejar de vivir en Salinas, fue rechazado, dos veces, para optar a la plaza de arquitecto oficial del Ayuntamiento avilesino. Pero le crearon el puesto especial de arquitecto-consultor, porque era profesional de mucho fuste.
Adoraba Salinas (el balneario antiguo de madera, fue obra suya) y le gustaba mucho el cine, los pasteles de Galé y la comida de Casa ‘Lin’. Sus nietos le recuerdan, tocando el piano en su casa de Salinas, tocada –su cabeza– con txapela, mientras entonaba viejas canciones en euskera. Sentido ceremonial. Genio y figura.
Gran parte de su obra civil e industrial, desarrollada entre 1902 y 1960, la seguimos teniendo entre nosotros. Un privilegio.
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