jueves, 28 de noviembre de 2013

La fragata "Asturias" ancla en La Peñona

Un acto oficializa la instalación del áncora de la fragata de la Armada española en Salinas

Salinas, Inés MONTES La alcaldesa de Castrillón, Ángela Vallina, el almirante jefe del Arsenal del Ferrol, Manuel Garat Caramá, el almirante jefe del Grupo de Acción Naval 1 (COMGRUP) y una delegación de la asociación "Lepanto" de veteranos de la Armada con su presidente a la cabeza, Rafael Luis García, participaron ayer en el acto de inauguración de la instalación del ancla de la fragata "Asturias" en el Museo Philippe Cousteau de La Peñona, en Salinas. La fragata "Asturias", botada en 1972, fue retirada del servicio en junio de 2009. La asociación "Lepanto" solicitó el ancla al Ministerio de Defensa y contó con el apoyo del almirante José Antonio González Carrión, director del Museo Naval de Madrid. El pasado mes de diciembre, el Boletín Oficial del Ministerio de Defensa publicó la concesión del ancla a la asociación. El ancla, que pesa más de 3.600 kilos se instaló en La Peñona en julio.

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martes, 26 de noviembre de 2013

El marchoso tranvía eléctrico de Avilés

Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 23-06-2013

                      
El poeta Antonio Machado rimaba entusiasmado, rememorando un viaje en tren por ‘Campos de Castilla’, de esta guisa: «El tren camina y camina / y la máquina resuella / y tose con tos ferina / ¡Vamos en una centella!».
En Avilés también todo empezó a ir muy rápido desde aquel domingo 6 de julio de 1890, cuando llegó el tren por primera vez. Fue la señal para que, como una centella, se disparase una red de caminos de hierro, por las calles del centro de la ciudad y poblaciones de alrededores. Llegaba el tranvía.

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Avilés. Calle de La Cámara.
 
El tren siempre ha tenido ese halo de fascinación, tan de libro y de cine. Y en eso le sigue el tranvía, que al fin y al cabo es un tren de andar por casa y a los escritores les suele invitar a la nostalgia, exceptuando casos como el de Armando Palacio Valdés, que se fracturó una cadera al bajar de un tranvía, cosa que, la verdad, no da para romanticismos.
Sépase que el primer tranvía de Asturias, funcionó en Avilés, a partir de 1893. Era de vapor y su pequeña locomotora ‘lucía’ un gigantesco y asfixiante penacho de humo marrón. Era ‘La Chocolatera’. Sus cinco kilómetros de vía, unían la Villa del Adelantado con Salinas, siguiendo lo que hoy es carretera nacional.
Pero el tranvía fetén, el clásico, era el eléctrico. Y comenzó a funcionar el domingo 20 de febrero de 1921. Quédense con esta fecha que hay confusión, cosa fina, con ella.

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Salinas. 'La Cantina', hoy 'La Toldilla'
 
Ese día y después de los obligados actos protocolarios, ante el Ayuntamiento, ya entró en funcionamiento el tramo Salinas-San Juan de Nieva-Avilés-La Texera.
Posteriormente fueron entrando los demás: el 15 de enero de 1922 lo hizo el de Salinas-Arnao y el 12 de febrero el que unía La Texera con Villalegre. Finalmente, el 19 de agosto de 1923, el de Arnao-Piedras Blancas.
Desde los extremos del recorrido, la parada de El Foco, en Villalegre –entonces barrio residencial de mucho pisto– hasta la de Casa Zapico, en Piedras Blancas, el trazado de vía se acercaba a los 15 kilómetros y el tiempo utilizado en recorrerlos era de hora y media.
El tranvía (en un viaje virtual, partiendo de Villalegre, sin citar las paradas) pasaba por Los Canapés y atravesaba el casco urbano de Avilés: calle Rivero (encajonado), El Parche (encantado), calle La Cámara (acojonado, por el despendole bajando y abrumado por la fatiga subiendo), giraba 90 grados (con cierto  ‘canguele’) a La Muralla  y volvía a hacerlo (cuidadín, cuidadín… otra vez) para llegar al paseo del parque del Muelle donde tenía parada, y ’fonda’ si quería el viajero (‘Casa Máximo’, el ‘Santander’, etc.). Cruzaba luego el paso a nivel de Larrañaga, para enfilar la gran recta por la carretera de San Juan, llegar a la dársena portuaria y continuar hasta Salinas, por el antiguo y maravilloso pinar. Posteriormente, y paralelo a la playa, atravesaba el túnel para llegar a Arnao y finalmente a Piedras Blancas.

22.TRANVIA con chispa. TARIFAS 167x300 El marchoso tranvía eléctrico de Avilés

El tramo Avilés-Arnao, era fundamental para el traslado de los trabajadores –de la Real Compañía y portuarios de San Juan– quienes tenían un bono especial. Los domingos era muy utilizado, gran parte del año, por los aficionados al fútbol, mientras el campo del Real Avilés estuvo en Las Arobias (que fue hasta la mitad del siglo XX). Los domingos también, y por el verano, y con hasta cuatro vagones-jardineras, iba a hasta los topes con usuarios de las playas, principalmente, de San Juan y Salinas.
El tranvía eléctrico, primer medio de transporte colectivo comarcal, significó avance y progreso. Tenía chispa y era alegre y divertido,  o sea marchoso. Hasta que los autobuses entraron en danza y el domingo 31 de diciembre de 1960 el tranvía capotó. Sus unidades ocupaban mucho espacio en unas calles que reclamaban miles de automóviles. La chispa de los troles era derrotada por los tubos de escape, o sea veneno por un tubo.
El tren llegó un domingo a Avilés, día de la semana en que también comenzó a circular el tranvía y, nuevamente domingo, cuando dejó de hacerlo.
Y domingo es hoy, cuando publico este episodio, donde anda suelta la nostalgia de mis domingos infantiles, asociada al binomio tranvía-playa, Avilés-Salinas (cuarenta minutos de trayecto). Entonces era más niño que ahora, aunque más bajín. Y más ingenuo, que ya es decir.
Entonces no imaginaba que los tranvías volverían, como lo están haciendo últimamente, a las ciudades de Europa.
Y mola.

Salinas playa querida, Salinas de mis amores

Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 21-07-2013

                      
En asuntos playeros, es Castrillón quien tiene el protagonismo en la cosa comarcal avilesina. Y en su costa deslumbra Salinas, que parece un reportaje del National Geographic, sembrada de paseos, chalés, gauzones, anclas, surfistas y dunas.
Salinas está en el centro de un aspa que va de La Peñona al Peñón de Raíces. Y de ‘Las Conchas’ (restaurante) a San Martín de los Pimientos

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Tantas veces mostrada fotográficamente desde el aire (Nardo Villaboy, mayormente) –que es desde donde mejor se aprecia su magnitud en la zona marítima asturiana– Salinas es como una enorme V, un vector, que se va afilando hacia el oeste hasta irse al Cuerno (playa) para terminar esfumándose por un túnel que la une con Arnao.
Al otro lado del túnel está El Dólar (playa también) que es terreno capital (y nunca mejor dicho) de la Real Compañía Asturiana de Minas, histórica empresa pionera en la industrialización avilesina y quien hizo posible la gran población, al construir –en aquella pequeña aldea al lado del mar, llamada Salinas y no se sabe ciertamente el porqué del topónimo– casas para sus directivos en la fabricación del zinc.
Y si la Real Compañía la comenzó, luego vinieron los tranvías –el de vapor, o sea ‘La Chocolatera’, y el eléctrico, que incluso coincidieron años funcionando conjuntamente– que llevaban gente bien a los balnearios, bien a los que buscaban baños de ola, pecadores ellos, sin recato de techo alguno. Y también surgieron los hotelitos, de los profesores universitarios de Oviedo (¡Vade retro Gijón!) y su Colonia veraniega de estudiantes. Hasta que la llegada de ENSIDESA y compañía, la convirtió en privilegiada ciudad-dormitorio de Avilés

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En este punto, su desarrollo fue meteórico y ahí resuena Treillard , restallante apellido histórico local, uno como hotelero fundador de balnearios y otro como alcalde. Y éste, en la segunda mitad del siglo XX, empezó a urbanizar a todo trapo y tanta marcha cogió que se pasó veinte estaciones con más de cuatro Gauzones.
Por entonces, Salinas era el discreto encanto de la burguesía, pero sin la acidez de Luis Buñuel. Al otro extremo San Juan –con una contaminante factoría química del año catapún al lado– tenía acidez en el medio ambiente. Era playa de clases medias avilesinas y también bajas, que venían de Oviedo en trenes especiales. Apurando se podría decir que a San Juan, mayormente, iba la base y a Salinas los de lavase y peinase. Cosas de la coña marinera.
Es famosa por su espectacular playa (la más concurrida de Asturias, junto con la de Gijón), su magnífico paseo marítimo o el Museo de las Anclas, ocurrencia de Agustín Santarua. Lo que ya no es de tanto conocimiento son sus cuidadas y arboladas calles, con profusión de espléndidas viviendas de variadas arquitecturas (es el Biarritz asturiano), ni tampoco su condición de pionera centenaria en el turismo regional con aquellos espectaculares Balnearios y Naútico. O la esforzada por preservar su imponente conjunto dunar de El Espartal, hoy declarado monumento natural.
Cuando los técnicos juegan a los diques en San Juan de Nieva, la mar se cabrea y se lleva por delante el triunfal paseo marítimo de Salinas. Pero se repone.
Y cuando no es el paseo, la mar rizada la deja calva de arena. Pero le termina creciendo o termina poniéndose una peluca alquilada en Cabo Vídio.
Porque no hay quien pueda, no hay quien pueda, con Salinas marinera. Marinera y pecadora (sic), no hay quien pueda, por ahora.
Corto y cambio, para citar a José. M. Castañón en su obra “Mi padre y Ramón González de la Serna”): «Una nostalgia pasmosa me aprieta en estos momentos. Aquel Salinas, me inquieta al saber que sigue viviendo tan verde, tan marítimo…»
Sabía que Salinas es la mar del verde.

El misterio de San Balandrán, en la Ría de Avilés

Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 29-09-2013

El martes pasado, 24 de septiembre, la agencia France Press, informaba que una isla brotó súbitamente en el mar Arábigo, tras un violento terremoto en la provincia de Baluchistán, al sudoeste de Pakistán. Miles de personas lo observaban atónitos desde la orilla de la ciudad de Gwadar.
La noticia finalizaba informando que un suceso similar ocurrió, en ésta misma zona, en 1945.
Precisamente fue por aquel año cuando consta que ya no quedaban ni las raspas de una isla existente, en la Ría de Avilés y de superficie parecida a la pakistaní. Llevaba por nombre San Balandrán, al igual que el pequeño lugar de la margen derecha del estuario donde estaba plantada.

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Isla de San Balandrán de Avilés. Dibujo de Ricardo García Iglesias.
 
Si la isla pakistaní llega a nacer en tierra de cristianos seguro que se hubiera  montado un pifostio mediático, de muchos perendengues, con algunos historiadores blandiendo el pendón de San Brandán, o San Borondón, o San Balandrán.
Porque una de las leyendas más famosas de la cristiandad, es la originada en torno a un obispo irlandés del siglo VI que realizó un viaje por mar dando lugar a una novela de aventuras, la ‘Navegación de San Brandan’, que a su vez hizo aparecer en varios mapas una imaginaria isla de San Brandán o San Borondón o San Balandrán. Según donde.
En Avilés, se han barajado teorías varias a propósito de cómo el topónimo San Balandrán ancló en la ria avilesina. Una de ellas sostiene que algún marino o monje de las islas de la Gran Bretaña –en algún viaje a la Villa asturiana– bautizó así a la isla y por extensión, a la pequeña playa que tenía enfrente. Esta teoría se apoya en el cosmopolitismo del puerto avilesino que, hacia el siglo XIV, llegó a ser el más importante del norte peninsular, comerciando con puertos ingleses y franceses. Por tanto era frecuente la estancia en Avilés de marinos y comerciantes de esas nacionalidades.
Tampoco falta quien se remonta al siglo VI para atribuir, directamente, el topónimo avilesino a los legendarios monjes navegantes.
El otro día, charlando con Ricardo García Iglesias –ingeniero industrial y capitán de Navío– y que es un pozo de sabiduría sobre los detalles de la Ría, me decía que un anciano del lugar le había comentado que el nombre de la isla venía de un barco, llamado San Balandrán que, a finales del siglo XIX, estuvo allí varado largo tiempo.
El caso es que el puerto de Avilés, en su cartografía del estuario nunca denomina a la isla como San Balandrán, sino como La Llera. Sin embargo el Ayuntamiento de Avilés si que reconoce el topónimo, dándole nombre de dos calles, ‘San Balandrán’ por la margen derecha de la Ría y ‘Playa de San Balandrán’ por la izquierda.
Por lo demás hay un San Balandrán, santo aragonés –de Basbastro, capital del vino somontano y cuna del fundador del Opus Dei– que no parece tener más fundamento que la leyenda o la tradición oral. También tenemos ‘La isla de San Balandrán’, una zarzuela citada por Palacio Valdés y ‘Clarín’ en alguna de sus obras.
Pero conviene dejar sentado que la isla avilesina lo fue a tiempo parcial, ya que un delgado istmo la unía a tierra firma. Únicamente en pleamares vivas (contados días al año) era una isla como Dios manda.

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Playa de San Balandrán, hacia 1960. Foto José Ramón Álvarez
 
Desapareció entre 1941 y 1943, al comérsela la draga para ensanchar el canal de navegación de la Ría. Pero hoy sabemos, gracias a los cálculos y dibujo, del antes citado marino avilesino, Ricardo García Iglesias (hijo de Ricardo García Fernández ‘Rico’ extraordinario personaje del Avilés marinero) que la isla medía 130×56 m, con escasa vegetación: eucaliptos, tamarises, juncos, y un pequeño huerto de patatas. Y también hierba, porque las vacas pastaban en la isla, entrando y saliendo a diario.
O sea: una isla de andar por casa.
Lo que es imborrable, para generaciones de avilesinos, es la pequeña playa de San Balandrán, con su bosque, Club de Mar, aguas tranquilas y la aventura del transporte en barca motora, que zarpaba de la rampa del muelle local, frente a la casa Larrañaga, cruzando la Ría hasta los arenales.
A la playa la mató la contaminación de la difunta ENSIDESA. Y luego, mientras isla y lugar esperaban, en el limbo de los justos, que alguien documentase científicamente su nombre, vienen –quien quiera que sea– del Principado y derivan el topónimo a ‘Samalandrán’. Grotesca denominación que hoy ‘luce’ en las señalizaciones de tráfico.
Éramos pocos y parió el Principado, borrando de la historia avilesina, asturiana, española y europea a San Balandrán. No se como, pero habría que decirles que no pasarán.
Un respeto. Que tampoco es que esto sea Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Pero casi.

Las Naves de Balsera, atracadas en la Ría de Avilés desde 1910

Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 07-04-2013
Llevan, en la margen izquierda de la Ría de Avilés, más de un siglo y están ligadas a aquella revolución de los muelles, cuando a las aguas se las hizo entrar en cauce.
Fueron construidas por Victoriano Fernández Balsera, comerciante de origen humilde, nacido en el barrio de Sabugo, en 1860, precisamente el año en que comenzó a canalizarse la ría, bajo la dirección del ingeniero y escritor ovetense, Pérez de la Sala.
Hombre muy avispado, Victoriano supo estar al loro y aprovechar la ocasión cuando –con la ayuda de su acaudalado cuñado, Antonio Gutiérrez Herrero– consiguió poner en marcha un pequeño comercio de ultramarinos. El tesón e inteligencia de Balsera para los negocios –aliados con circunstancias históricas, como la primera guerra mundial donde España, al ser neutral, abastecía a los dos bandos– hicieron el resto y lo convirtieron en el dueño de un emporio comercial.
Lo logró cuando, cumplidos los 48 años, adquirió terrenos de relleno entre la estación de ferrocarril, inaugurada en 1900, y los nuevos muelles de la Ría. Allí levantó unos grandes almacenes –conocidos como las Naves de Balsera– dedicados al comercio ultramarino de importación / exportación. Estaban estratégicamente situadas entre los dos grandes medios de transportes de la época, tren y barco. El sabuguero fue uno de los principales exportadores de España y de paso, como el que no quiere la cosa, internacionalizó el nombre de la Villa por medio mundo, pues todos los productos llevaban el sello del distribuidor: Balsera-Avilés-Spain.
Chapó

.22.balsera.FOTO ANTIGUA.foto Alonso BIS 300x181 Las Naves de Balsera, atracadas en la Ría de Avilés desde 1910

Sus naves –más de 3.000 m2 de superficie– tan ejemplarmente funcionales, tenían un elegante –infrecuente en arquitectura industrial– diseño arquitectónico, como aún se puede apreciar hoy, pese a su pochoso estado.
Pero a mitad de siglo cerraron. Y tuvieron usos diversos, incluso como contenedoras de banquetes como el servido, en 1952, por el restaurante madrileño ‘Jockey’, con motivo de la inauguración de Cristalería Española o –aisladamente– espectáculos culturales.
En Avilés, Balsera, tiene mucho eco. Si hablas de comercio ultramarino, él fue lo máximo en Asturias, incluso a nivel internacional, aparte de ser el segundo presidente que tuvo la Cámara de Comercio, después de Carlos Larrañaga. Y si lo haces del puerto, donde su negocio originaba gran parte del tráfico marítimo, baste con saber que fue el primer presidente de la Junta de Obras del Puerto. En cuanto al sector pesquero, cedió terreno, al lado de sus naves, donde se instaló la primera rula de pescado de la historia avilesina.

22.balsera.Victoriano F.Balsera y su nieta Carmin1 218x300 Las Naves de Balsera, atracadas en la Ría de Avilés desde 1910
Victoriano Fernández Balsera y su
nieta Carmina
 
En el aspecto urbano, Fernández Balsera es el nombre de una de las principales calles comerciales (claro) de la ciudad. Si hablas de patrimonio artístico, ahí está su palacio-vivienda (un episodio aparte) que también te remite a cultura porque, hoy, alberga el conservatorio municipal de música. Si lo haces de patrimonio industrial, sus naves son el no va más.
Nunca se atrevieron a desguazarlas porque, entre otras cosas, están catalogadas por Patrimonio. Pero como sigan poniendo la proa al abandono o se las lleva la marea o se  hunden ellas solas. Lo que sería un naufragio social imperdonable.
Envidia, tengo envidia –como canta Antonio Machín– de no poder contar, como Federico Fellini, aquello de ‘E la nave va’… porque estas de Balsera no están para muchos boleros, a pesar de que siguen siendo de película.
A mi también me gustaría creer –basándome en un bello poema recitado por el Nobel de Literatura, Seamus Heaney, en el Niemeyer y que recuerda Esperanza Medina en su blog– que hay cosas que jamás podrá llevarse la marea.
Por ejemplo, las Naves de Balsera.

Fomento no puede concretar las causas del hundimiento, en marzo, del "Siempre Reinaré"

La lancha, con dos tripulantes a bordo, naufragó a pocas millas de la isla La Deva

T. C. / E. C. El pesquero avilesino "Siempre Reinaré" se hundió el pasado mes de marzo a pocas millas de la isla de La Deva por causas desconocidas. La comisión permanente de investigación de accidentes e incidentes marítimos del Ministerio de Fomento no ha podido establecer, con los datos de que dispone una hipótesis para explicar el hundimiento del pesquero. Tan sólo puede deducir, según el informe, que el "Siempre Reinaré" se hundió "por pérdida de la flotabilidad" y que la vía de agua "fue importante", pero no pudo determinar la magnitud ni el origen de dicha vía.
El accidente ocurrió el pasado 28 de marzo, cuando, al parecer, un objeto que se encontraba flotando en el mar golpeó contra la embarcación. El informe precisa, no obstante, que la tripulación en ningún momento vio objeto alguno. A bordo del "Siempre Reinaré" iban José Manuel Gallardo García y su hijo José Manuel Gallardo Pernía, que había salido a la mar a echar "miños" (un tipo de red usada para capturar rayas, lenguado o rodaballo, entre otras especies) en aguas al norte de La Deva. En torno a las 11 de la mañana un objeto flotante golpeó el casco de la lancha, abrió una vía de agua y les dejó sin máquina. El hundimiento se produjo en cuestión de 30 minutos, según el informe de Fomento, aunque a los tripulantes les dio tiempo a avisar por radio de su situación y a botar la balsa de emergencia por si el rescate se demoraba.
El análisis de la comisión permanente de investigación de Fomento explica que no se ha podido recuperar el pecio "por lo que no existen elementos suficientes que permitan formular hipótesis sobre el origen del golpe que dio lugar a la inundación". Y es que, además, el día de suceso no hay constancia, según Fomento, de que se produjeran alertas o avisos referentes a objetos flotantes peligrosos para la navegación, echazones, pérdidas de contenedores... en la zona. "Tampoco los tripulantes del helicóptero que efectuó el salvamento de la embarcación, que llegó posteriormente a la zona para controlar la posible contaminación, advirtieron la presencia de objetos flotantes", afirma el informe.
José Manuel Gallardo García y su hijo, José Manuel Gallardo Pernía, en el muelle pesquero de Avilés