Don Juan Blas Sitges y Grifoll
Fernando Álvarez Balbuena
Un sabio olvidado
La especialización, con todas las ventajas que ha reportado para el progreso de las ciencias, también ha tenido sus aspectos negativos, tales como la compartimentación del saber y la formación de personas que, muy versadas e impuestas en una disciplina, ignoran sorprendentemente conceptos, incluso fundamentales, de otras materias que consideran ajenas a su interés y profesionalidad. Paradójicamente en nuestra sociedad avanzada se da cada vez con más frecuencia este fenómeno, y así nos encontramos con personas de formación universitaria que desempeñan funciones importantes, tanto en la empresa privada, como en cargos públicos de responsabilidad, las cuales con el manoseado pretexto contenido en la expresión «yo soy de letras», y esgrimido como una justificación plena, ignoran cuestiones de historia, filosofía o literatura que pertenecen muchas veces, no ya a los estudios avanzados de una carrera de letras, sino incluso a lo que conocemos vulgarmente por cultura general. Es así mismo frecuente el caso contrario en quienes «son de letras», para eximirse de conocimientos de física o de matemáticas igualmente elementales para cualquier persona medianamente cultivada.No ha sido este el caso de Don Juan Blas Sitges y Grifoll, verdadero «uomo universale», como aquellos que dio el Renacimiento, porque éste hombre, extraordinario por muchos conceptos, en los tiempos modernos, cultivó con éxito las ciencias más dispares, tales como son la Administración, la Economía, la Ingeniería y la Historia y como veremos a lo largo de este artículo, en todas ellas destacó por su rigor y por sus profundos conocimientos.
Merece pues este español ilustre que le rescatemos del injusto olvido en el que yace, porque además de las razones mencionadas, fue un hombre que estuvo muy vinculado a nuestra provincia, desde sus primeros años profesionales, pues fue Luarca su primer destino oficial como Vista de Aduanas. Ya en su madurez visitó Asturias más frecuentemente y pasó aquí largas temporadas y en sus últimos años residió permanente en Castrillón, donde su hijo, don Juan Sitges Aranda, era Ingeniero Director de la Factoría de Zinc de la Real Compañía Asturiana de Minas en Arnao. En esta localidad murió don Juan Blas Sitges, tras una gloriosa ancianidad compartida con sus más allegados, y allí se le enterró en el cementerio de San Martín de Laspra, la pequeña parroquia castrillonense desde la que se domina un maravilloso panorama sobre la mar y la mayor playa de Asturias, le bellísima concha de Salinas-San Juan.
La Gran Enciclopedia Asturiana (1981), que en un plausible afán de rescatar para la posteridad la memoria de cuantas personas relevantes han nacido en ésta tierra o han tenido relación estrecha con ella, sorprendentemente, se despacha en su entrada sobre nuestro personaje con un corto artículo de unas diez líneas, en tanto que a su nieto, don Juan Sitges y Fernández-Victorio y a su biznieto don Francisco Javier Sitges y Menéndez, ambos también directores de la Real Compañía Asturiana y de Asturiana de Zinc, les dedica una amplia referencia que, no por merecida, justifica la parquedad con que trata la memoria de su ilustre antepasado.
Tampoco la Enciclopedia Espasa (1927) está muy acertada en el artículo que le dedica a don Juan Blas. Escaso e inexacto, comienza por cambiarle el nombre de pila, llamándole don Juan Bautista y titulándole de «economista y literato», pues ejerció altas funciones de economía en su profesión como miembro del Cuerpo Pericial de Aduanas, mucho antes de que burocráticamente la carrera de Ciencias Económicas se estructurase en España en los años cuarenta del siglo XX. En cambio omite sorprendentemente el muy meritorio título de Ingeniero Industrial que consiguió el Sr. Sitges, como alumno libre, de la correspondiente Escuela Especial de Barcelona.
Nació Juan Blas Sitges en Mahón el 24 de abril del año 1842. Fue hijo de un inteligente y muy bien considerado funcionario, don Juan Sitges Faner, que quiso dar a su hijo una educación esmerada y así lo envió a Barcelona donde, de 1854 a 1856, estudió en el seminario de los Escolapios de aquella ciudad, pasando seguidamente a Beziers (Francia) donde perfeccionó sus conocimientos en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana durante más de tres años, haciéndolo con gran aprovechamiento y siendo absolutamente bilingüe ya en aquella temprana edad. Posteriormente llegó a dominar otros tres idiomas, además del catalán, el español y el francés.
Siguiendo el ejemplo paterno, optó para su futuro por el servicio del Estado y así se trasladó a Madrid donde opositó y obtuvo brillantemente plaza en el Cuerpo Pericial de Aduanas, una de las carreras oficiales que ofrecía grandes dificultades de ingreso y en la que se exigían dotes de preparación, inteligencia y laboriosidad similares a las de cualquier Escuela Espacial de Ingeniería. Terminó su carrera a los diez y ocho años y fue destinado, como arriba decimos, a Luarca, donde comenzó a ejercer su profesión, siendo trasladado después de Asturias a Barcelona. Allí, además de ejercer su profesión en la Aduana Nacional, estudió Ingeniería Industrial, destacando en el estudio y práctica de la Química Industrial, materia en la que llegó a ser una autoridad. Tanto es así que destinado posteriormente a Madrid para ocupar un importante puesto en la Dirección General de Aduanas, desde el año 1867 dio clases de Química en una Academia preparatoria para el ingreso en las distintas Escuelas Espaciales de Ingeniería, academia que él mismo regentó durante largo tiempo y de la que salieron brillantes alumnos aspirantes al ingreso en las diversas ramas de ingeniería.
Su hoja de servicios al Estado es brillante y extraordinaria, sus ascensos en el Cuerpo de Aduanas hacia los cargos de responsabilidad que desempeñó, no se debieron jamás al amiguismo personal ni, menos aún, a la coyuntura política. Los criterios de mérito y capacidad rigieron siempre su trayectoria profesional llevándole hasta la máxima categoría a que en su Cuerpo podía aspirar: la Dirección General de Aduanas en el Ministerio de Hacienda, puesto que si bien políticamente es considerado como «cargo de confianza», en su caso, y habiéndolo rechazado en 1882, siendo ministro del ramo Camacho, hubo de aceptarlo en 1899, desempeñándolo hasta su merecida jubilación.
Son innumerables las misiones administrativas, los informes técnicos y los trabajos profesionales que para la Administración del Estado hubo de realizar, por ello solo nos referiremos a aquellos más sobresalientes en los que demostró con creces su gran capacidad de trabajo y su excelente preparación científica. Así, por ejemplo, en 1870 hizo un largo, penoso y exhaustivo trabajo analizando minuciosamente centenares de muestras de vinos españoles que sirvieron de base para un tratado comercial con Inglaterra. Fue este trabajo analítico fruto de sus conocimientos de química, y fruto así mismo de su preparación como Ingeniero Industrial fue la publicación en 1872 de un Tratado sobre Artes Mecánicas y Procedimientos Industriales que alcanzó seis ediciones y que sirvió de texto a los peritos de esta especialidad. Asiduo colaborador de La Gaceta Industrial, publicó en dicho periódico numerosos artículos y otros muy interesantes trabajos técnicos y profesionales y a finales de 1877 fue comisionado a París para la firma de un tratado comercial que felizmente llevó a cabo en condiciones ventajosas para España. Intervino en el tratado de comercio con Suiza y en la reforma arancelaria de 1906 y, tras su jubilación aún desempeñó el cargo de Vicepresidente de la Junta de Aranceles y Valoraciones, a la vez que dirigía los periódicos oficiales: El Eco de las Aduanas y La Crónica de la Industria, y también colaboraba asiduamente en La Gaceta Industrial.
En 1896 realizó un largo viaje de trabajo por Europa, para investigar e informar al Gobierno español de las causas de la baja internacional del precio del trigo, cosa que afectaba profundamente a nuestra economía, en aquel entonces todavía muy dependiente del sector primario. Durante este periplo visitó y estudió las condiciones agrarias de Francia, Hungría, Turquía y Rusia, países muy importantes en la producción de trigo. El viaje sirvió para elaborar un muy documentado informe a base del cual el Gobierno dictó varios decretos encaminados a regular la producción, exportación e importación de cereales, así como a mejorar nuestras condiciones de competitividad, fijar estímulos y subvenciones y, a la vez, establecer aranceles para la protección de nuestra agricultura. Elaboró docenas y docenas de informes cuya relación haría excesivamente largo el recuento de sus incontables méritos como funcionario público. Pero sí es imprescindible señalar que formó parte de la Comisión que elaboró en París el Tratado de paz con los Estados Unidos, tras la guerra de 1898; pero es más importante aún referirnos a su calidad humana porque esta le hizo sobresalir sobre sus compañeros siendo siempre ejemplo de laboriosidad y eficiencia y ganándose no solo la admiración, sino también el afecto y el respeto de superiores y subordinados, tanto por su talento como también por su bonhomía y caballerosidad.
Pero no solamente en la actividad pública fue Don Juan Blas un personaje eminente. En sus actividades privadas o hobbies, como hoy hemos dado en calificar, con el anglicismo al uso, a las aficiones y a los gustos particulares, nos encontramos con una persona apasionada por la Historia, cultivador de la investigación serena, científica y desapasionada; es decir un espíritu riguroso que aplica al estudio de la Historia su temperamento de estudioso y que varios años antes de que la moderna escuela de Annales prescribiera que en la reconstrucción histórica deberían de ser empleadas como auxiliares todas las ramas de las ciencias, tanto humanas o literarias, como matemáticas o físicas, ya Don Juan Blas Sitges lo había hecho por su propia cuenta e iniciativa, investigando e infiriendo con notable precisión científica cuanto de importante para el relato histórico es preciso emplear.
Su obra histórico-literaria, pese a ser escasamente conocida del gran público, es de notabilísima importancia. Sus libros y sus ensayos históricos han sido injustamente olvidados o preteridos, incluso por los profesionales. Es una importante excepción en esta actitud el eminente médico e historiador Don Gregorio Marañón Posadillo, quien en su obra Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (Madrid 1930) defiende puntos de vista muy cercanos a los que sobre dicho personaje expone Don Juan Blas Sitges, y a quien cita como fuente de su estudio en nada menos que doce ocasiones{1}. Igualmente Isidoro González, en su libro El retorno de los judíos, cita a Sitges como experto en su Historia{2}. Otro ilustre literato extranjero, A. F. Lambert (Universidad de Southampton) apasionado por la obra de Galdós, cita ampliamente a Sitges en su trabajo «Galdós and Concha Ruth-Morell».
Sus obras de carácter histórico, aunque poco numerosas, son, como venimos diciendo, de suma importancia pues tratan aspectos poco conocidos de los protagonistas de las mismas y en ellas se deshacen mitos y prejuicios que la historiografía oficial ha venido transmitiendo desde antiguo. Sin embargo, Don Juan Blas no arremete furiosamente contra los estereotipos consagrados ni pretende estar en posesión absoluta de la verdad. Él nos muestra sus criterios y sus opiniones apoyándose en pruebas documentales y en raciocinios lógicos, llegando hasta donde la estricta ponderación y valoración de los hechos objetivamente permite, sin querer imponer criterios ni, mucho menos, exigir la sumisión del lector a sus tesis, sino, muy al contrario, dejando razonablemente expuestas, tanto las afirmaciones como las dudas, sin llegar nunca a lo categórico en las unas, ni a lo escéptico en las otras.
Su campo histórico de trabajo fue la baja edad media y el comienzo de la moderna, época enormemente interesante pues de ahí parte la construcción de España como Estado unitario, al menos convencionalmente, pues es bien sabido que rigurosamente hablando en términos históricos esta afirmación no es exacta, pero indudablemente la época que mencionamos y que Don Juan Blas estudió es el antecedente próximo de la unidad de España y se refirió a dicho período con la composición de las siguientes obras: Las mujeres del rey Don Pedro I de Castilla. Estudio histórico crítico (1910), La muerte de Don Bernardo de Cabrera, consejero del rey D. Pedro IV de Aragón (1364) (1911), Enrique IV y la Excelente Señora, llamada vulgarmente Doña Juana la Beltraneja, 1425-1530 (1912), El Monasterio de Religiosas Benedictinas de San Pelayo el Real de Oviedo (1913), El Monasterio de San Pedro el Real de Madrid (1914).
Hizo también alguna incursión en la época contemporánea mediante artículos de prensa y otros trabajos de menos altura, pero no podemos pasar por alto un opúsculo que dejó inédito y manuscrito sobre numismática, titulado Las monedas carlistas 1837-1885, que posteriormente, en 1987, publicó una editorial avilesina, con una tirada simbólica de 20 ejemplares, que hoy son ya una rareza bibliográfica{3}. Igualmente dejó a sus herederos un importante legado sobre los judíos sefardíes, comunidades con las que estuvo muy relacionado{4}, así como una copiosa correspondencia con personalidades ilustres, entre las que cabe destacar la familia Dreyfuss de Francia.
Pequeña muestra de su rigor y metodología historiográfica, son las siguientes palabras tomadas de uno de sus libros:
«A tres clases de orígenes hay que acudir para encontrar las fuentes de la Historia: a los monumentos, a los documentos originales y a los libros.»{5}
Afirmación que él cumplió meticulosamente, pues en sus obras nos ofrece copiosa relación de tales orígenes históricos dado que visitó personalmente cuantos monumentos civiles y religiosos ambientaron sus libros, e igualmente los archivos históricos más reputados le tuvieron como asiduo investigador de sus fondos. En cuanto a sus lecturas, es fama transmitida por sus sucesores, que era un incansable lector y, sobre todo, en sus últimos tiempos, tanto su ocupación preferida como su descanso, era precisamente la lectura.Por lo que atañe a su imparcialidad en el establecimiento de sus conclusiones, es igualmente muy ilustrativo el siguiente párrafo referente a la princesa Doña Juana de Castilla, llamada vulgarmente la Beltraneja:
«En cuanto a Doña Juana, permanecerá eternamente en la duda si fue o no fue hija del Rey de Castilla; pero jamás podrá negársele que legalmente lo era, que es una de las personas en las quienes más se ha cebado la mala ventura; pero que no ha dejado rastro de ninguna acción censurable, y cuya larga vida tuvo el sello de la dignidad y del decoro (…) Nació en el Palacio Real de Madrid; fue hija de de Doña Juana de Portugal, mujer legítima de Enrique IV y heredera legítima del Trono de Castilla, del que como Princesa Heredera fue jurada dos veces y por hija y heredera suya la declaró Enrique IV en su lecho de muerte (…) Salió de tierra de Castilla que no volvió a pisar; vióse constreñida a entrar en un convento,(…) vivió honestamente cono Infanta de Portugal sin que se le permitiera usar otro título que el vago de Excelente Señora; rechazó con dignidad la mano de Don Fernando el Católico que quiso casarse con ella después del fallecimiento de Doña Isabel. (…) Narramos pues en las páginas que siguen la vida de dos desgraciados que, si no son dignos de loa, merecen la consideración de las personas imparciales y justicieras.»{6}
Sería sumamente ilustrativo profundizar en sus desmitificaciones de los Reyes Católicos, del Rey Don Pedro I (llamado el Cruel), de Doña Inés de Castro, heroína de dramas románticos falseadores de su personalidad, y un largo etcétera, pero no es nuestro propósito entrar aquí en el análisis de su obra histórica, aunque dejamos el tema pendiente de estudio para otro trabajo. Bástenos ahora con reivindicar su gloriosa memoria y cumplir así con un deber de justicia para con tan ilustre personaje.No quedaría completo este breve y modesto comentario, si no nos refiriéramos, aunque brevemente, a su peripecia personal, que es como sigue: se casó en primeras nupcias con Doña Josefa Aranda, viuda de Sempau, que ya tenía otro hijo, D. Antonio Sempau, cuyo hijo, Rafael, fue persona también vinculada a la Real Compañía Asturiana de Minas. Fue Don Juan Blas padre de un solo hijo, a quien arriba nos hemos referido. Enviudó de Doña Pepita (como se la llamaba cariñosamente) y contrajo nuevo matrimonio con otra viuda, Doña Pilar Murga Gómez, con quien no tuvo descendencia, enviudando también de ella el 28 de Enero de 1915. Don Juan Blas falleció en Arnao el día 12 de Junio de 1919.
Se le rindieron multitud de homenajes y reconocimientos en su tiempo, lo que contrasta con el olvido en que ha caído en el presente. Fue honrado con el título de Hijo Ilustre de Mahón y recibió las siguientes condecoraciones: Gran Cruz de Carlos III, Gran Cruz de Isabel la Católica, Comendador de la Legón de Honor francesa, Caballero de la Orden de Leopoldo de Bélgica y Caballero de la Orden de San Olaf de Noruega, amén de otros títulos y honores de menor entidad que sería muy largo enumerar aquí y ahora.
Bibliografía sobre Juan Blas Sitges y Grifoll
1906 Ayuntamiento de Mahón, Acta de la sesión celebrada el día 11 de Julio de 1906
1909 Revista de Menorca, «Biografía del Excelentísimo Señor Don Juan Blas Sitges y Grifoll, ilustre hijo de Mahón».
1927 Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, tomo LVI, pág. 909, Espasa Calpe S.A., Madrid 1927.
1930 Gregorio Marañón Posadillo, Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, CIAP, Madrid 1930.
1973 A. F. Lambert, «Galdós and Concha–Ruth Morell», en Anales Galdosianos (Universidad de Texas), año VIII, 1973, págs. 33-46.
1981 Gran Enciclopedia Asturiana, tomo XIII, pág. 161, Silverio Cañada, Gijón 1981.
1991 Isidro González García, El retorno de los judíos, Editorial Nerea, Madrid 1991.
Bibliografía de Juan Blas Sitges y Grifoll
1872 Nociones de artes mecánicas y procedimientos industriales, Imprenta de Manuel Tello, Madrid 1872.
1874 Memoria oficial sobre la importancia de los alcoholes en España, Madrid 1874.
1875 Observaciones acerca de la riqueza alcohólica de los vinos españoles, presentados en la Exposición Internacional celebrada en Londres, en el Royal Albert Hall, en 1874, Imprenta de Manuel Tello, Madrid 1875, 35 págs.
1878 Tecnología popular de industria, artes y oficios, Imprenta y fundición de Manuel Tello, Madrid 1878.
1889 Memoria sobre supuestos fraudes realizados en la importación de alcoholes de Alemania y Suecia, formada por la comisión nombrada por Real órden de 9 de julio de 1888, Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1889.
1902 Informe acerca de las cosechas de trigo en España durante los años 1901 y 1902, Madrid 1902, 5 págs.
1910 Las mujeres del rey Don Pedro I de Castilla. Estudio histórico crítico, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1910, 476 págs.
1911 La muerte de D. Bernardo de Cabrera, consejero del rey D. Pedro IV de Aragón (1364), Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1911, VII+76 págs.
1912 Enrique IV y la Excelente Señora, llamada vulgarmente Doña Juana la Beltraneja, 1425-1530, Est. tip. Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1911, 467 págs.
1913 El Monasterio de Religiosas Benedictinas de San Pelayo el Real de Oviedo, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1913, 185 págs.
1914 El Monasterio de San Pedro el Real, Madrid 1914.
Notas
{1} Gregorio Marañón Posadillo, Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, CIAP, Madrid 1930, págs. 24, 27, 39, 50, 113, 128, 129, 133, 136, 137, 139 y 170.
{2} Isidro González García, El retorno de los judíos, Editorial Nerea, Madrid 1991.
{3} Imprenta Gráficas Calvo. Existe un ejemplar en la biblioteca particular de D. José Luis Pérez de Castro en Figueras (Castropol).
{4} Cfr. A. F. Lambert, «Galdós and Concha-Ruth Morell», en Anales Galdosianos (Universidad de Texas), año VIII, 1973, págs. 33-46.
{5} Cfr. Las mujeres del Rey Don Pedro I de Castilla, Ed. Rivadeneyra, Madrid 1910, pág. 7.
{6} Cfr. Enrique IV y la Excelente Señora, llamada vulgarmente Doña Juana la Beltraneja, 1425-1530, Rivadeneyra, Madrid 1912, págs. 8-9.
Documentos
La Ilustración Española y Americana,
Madrid, 22 de marzo de 1899, año XLIII, nº XI, pág. 167
Madrid, 22 de marzo de 1899, año XLIII, nº XI, pág. 167
Excmo. Sr. D. Juan Blas Sitges y Grifoll,
Director general de Aduanas
Director general de Aduanas
El nuevo director general de Aduanas, D. Juan Blas Sitges, ingresó en el Cuerpo, como auxiliar de vistas de la Aduana de Luarca, en 21 de Diciembre de 1859.
Por su aptitud, aplicación y probidad ha ido paso a paso conquistándose los ascensos, hasta llegar a ocupar el elevado cargo que tan justamente desempeña en la actualidad. Esto sólo basta para hacer su elogio más elocuente.
Conocedor como pocos de las necesidades de organización y de los múltiples vicios de origen que existen en el Cuerpo de Aduanas, es de esperar que el Sr. Sitges, que posee excepcionales dotes de inteligencia y cultura, dejará un recuerdo grato de su permanencia en la Dirección general de Aduanas, reformando lo que encuentre defectuoso en el organismo de éstas.
El Sr. Sitges formó parte de la Comisión española para el tratado de paz con los Estados Unidos, y en recompensa de los relevantes servicios que prestó en tan delicado cargo fue agraciado con la gran cruz de Isabel la Católica.
Por su aptitud, aplicación y probidad ha ido paso a paso conquistándose los ascensos, hasta llegar a ocupar el elevado cargo que tan justamente desempeña en la actualidad. Esto sólo basta para hacer su elogio más elocuente.
Conocedor como pocos de las necesidades de organización y de los múltiples vicios de origen que existen en el Cuerpo de Aduanas, es de esperar que el Sr. Sitges, que posee excepcionales dotes de inteligencia y cultura, dejará un recuerdo grato de su permanencia en la Dirección general de Aduanas, reformando lo que encuentre defectuoso en el organismo de éstas.
El Sr. Sitges formó parte de la Comisión española para el tratado de paz con los Estados Unidos, y en recompensa de los relevantes servicios que prestó en tan delicado cargo fue agraciado con la gran cruz de Isabel la Católica.
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Revista ilustrada de Banca, Ferrocarriles, Industria y Seguros, Electricidad, Comercio, Obras públicas, Metalurgia, Navegación, Agricultura, Madrid, 10 de abril de 1899, págs. 97-99
Revista ilustrada de Banca, Ferrocarriles, Industria y Seguros, Electricidad, Comercio, Obras públicas, Metalurgia, Navegación, Agricultura, Madrid, 10 de abril de 1899, págs. 97-99
Excelentísimo Señor
D. Juan Blas Sitges y Grifoll,
Director General de Aduanas
D. Juan Blas Sitges y Grifoll,
Director General de Aduanas
Suele haber en los Cuerpos especiales hombres de gran talento y vasta ilustración que viven ignorados y acaban por malograrse, pues haciéndose las carreras con mucha lentitud y reservándose a los políticos los cargos elevados, consideran dificilísimo salir a la superficie por el solo impulso de sus propios esfuerzos; así es que unos se abandonan al pesimismo y otros sucumben en la lucha; pero a veces hay entre ellos genios tan sobresalientes que llegan a brillar y vencer, obteniendo al fin el justo premio que corresponde a sus méritos.
El Cuerpo de Aduanas es de los que más se distinguen por su personal inteligente, pues merced a la organización que recibió en el año 1850, así como al mejoramiento que le dieron las reformas de 1856, 1867, 1870 y 1895, al consolidar la estabilidad de los destinos y ampliar la esfera de los estudios, llegó a formar una institución que, en su género, no tiene rival en el extranjero y coloca a España = al frente de las naciones.
Entre los hombres más esclarecidos de ese Cuerpo comenzó a figurar desde su juventud nuestro biografiado, revelándose desde los primeros momentos como una inteligencia superior que hacía presagiar para él una carrera brillante; pero forzoso es agregar que a pesar de su energía y de su talento excepcionales, ha necesitado realizar una labor administrativa de treinta y nueve años consecutivos, durante los cuales prestó a su patria importantísimos servicios, para llegar a ocupar el alto cargo que actualmente desempeña.
Para dar a nuestros lectores una ligera idea de sus condiciones, trabajos y servicios, apuntaremos a continuación sus principales datos biográficos.
D. Juan B. Sitges, nació en Mahón, capital de la isla de Menorca, el 24 de Abril del año 1842. Hijo de un probo empleado de Hacienda, puede decirse que desde su niñez oyó el lenguaje oficial y vivió dentro de la esfera administrativa, donde por su abolengo y su mérito debía sobresalir.
Adquirió en varios colegios la instrucción elemental, luego estudió con los Padres escolapios de Barcelona, después fue al departamento francés del Herault para ampliar su educación en el colegio de Beziers y más tarde vino a Madrid para cursar la carrera de Aduanas, la cual concluyó con nota de unanimidad en Octubre de 1859, o sea a la edad de diez y siete años.
Muy joven, casi un niño, comenzó su vida oficial, siendo su primer destino el de Auxiliar-Vista de la Aduana de Luarca, subalterna de la provincia de Oviedo; desempeñando después otros empleos en las de Barcelona, Palamós y Tarragona, hasta que a fines de 1867 fue nombrado Oficial de la Dirección general y desde entonces, salvos los cortos intervalos que ha estado en comisión por provincias, puede decirse que ha permanecido en dicho Centro Directivo, ocupando diversos destinos de Oficial, Jefe de Negociado, Subdirector e Inspector general.
Entre los numerosos cargos honoríficos que ha tenido, simultaneándolos con el despacho de Negociados y Secciones de la Dirección general, figuran principalmente: el de Secretario de la Junta de Aranceles y Valoraciones, que conservó durante 23 años; el de Comisario en la negociación del tratado comercial con Francia, que se celebró en 1882; el de individuo de la Comisión Arrocera, que se reunió en Valencia en 1886; el de Secretario de la Comisión Agraria, que ejerció de 1887 a 1889, y el de Secretario de la Comisión Arancelaria, que desempeñó de 1889 a 1890.
Por su excepcional competencia en las materias científicas y económicas que se relacionan con los intereses industriales y mercantiles, fijaron en él sus miras los distintos gobiernos españoles y le encargaron delicadas comisiones en varios países extranjeros, las cuales realizó siempre con tal celo e inteligencia que merecieron plácemes de propios y extraños, causando a veces admiración en las cancillerías y en los centros oficiales de las naciones que visitó, sus profundos conocimientos en los arduos y complejos problemas arancelarios que se manifiestan de súbito y se desarrollan con frecuencia en el movimiento internacional del transaccionalismo moderno: así en 1877 fue a París como Secretario de la Comisión encargada de negociar con Francia el tratado de comercio; en 1888 pasó a Suecia, Noruega y Alemania para hacer comprobaciones detalladas acerca de la producción, manipulación y exportación de los alcoholes que nos remitían; en 1890 estuvo comisionado en la Aduana de Londres, con la misión de estudiar el sistema seguido en Inglaterra para determinar la graduación de los vinos; en 1895 llegó a Rusia, para apreciar la producción, el consumo y el tráfico de los trigos, tomando sobre ello numerosos datos en Barcelona, Marsella, Génova, Milán, Buda-Pest, Constantinopla y puertos del mar Negro; en 1898 marchó a Bruselas, como Delegado técnico de la Comisión Azucarera, y muy recientemente estuvo en París formando parte de la Comisión que celebró el 10 de Diciembre de 1898 el tratado de paz con los Estados Unidos.
Como consecuencia de esos servicios, favoreció en todo lo posible los intereses del comercio español y fue premiado con diversas condecoraciones nacionales y extranjeras, entre las cuales figuran la encomienda de la Legión de Honor y la gran Cruz de Isabel la Católica.
Su infatigable laboriosidad no se contentó con manifestarse tan solo en las tareas oficiales, sino que necesitando más campo de acción le llevó también a las esferas de la enseñanza, y durante veintitrés años explicó a los estudiantes que aspiraban a ingresar en la carrera de Aduanas, las asignaturas de Física, Química, Tecnología y Aranceles.
Además publicó varios folletos de carácter científico y un libro de Artes mecánicas, que sirve como texto a los periciales del porvenir.
También ha militado hasta ahora, desde hace muchos años, en las filas del periodismo, habiendo sido Redactor de la Gaceta Industrial y Director de la Crónica de la Industria, en cuyas tareas contrajo una grave afección a la vista, y últimamente era Director de El Eco de las Aduanas, del cual se ha despedido por razones de exquisita delicadeza, al ser elevado al cargo oficial que en la actualidad ostenta.
Los rasgos más distintivos de su carácter son la honradez, la energía y la laboriosidad; que asociados a una memoria prodigiosa de cuantos asuntos caen bajo su acción, a una concepción clarísima de cuantas cuestiones se someten a su juicio y a una resolución pronta de cuantos incidentes se entregan a su estudio, hacen de él una personalidad administrativa de primer orden, para la cual puede decirse que no existen dificultades insuperables ni problemas imposibles.
Si el Sr. Sitges se hubiera dedicado a la política habría alcanzado una gran celebridad, del propio modo que al consagrarse a la Administración ha llegado a ser una notable figura.
Los momentos en que se ha encargado de la Dirección general de Aduanas, son verdaderamente difíciles, pues la pérdida de las colonias españolas con sus doce millones de habitantes que consumían muchos productos de la metrópoli, ha de llevar una perturbación profunda a la industria, al comercio y a la marina nacionales, por verse súbitamente privadas del monopolio de los importantes mercados de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; pero estamos persuadidos con su pericia y su práctica extraordinarias, sabrá sacar el mejor partido posible de las tristes circunstancias porque atraviesa el país para promover en el mismo el desarrollo de sus intereses materiales.
Y creemos también que las iniciativas de su imaginación fecunda se extenderán a mejorar el porvenir del personal que dirige, pues como conoce a fondo sus verdaderas necesidades, procurará remediarlas dentro de los límites de lo justo, con lo cual será imperecedero el recuerdo de su nombre en el Cuerpo pericial de los empleados de Aduanas.
Finalmente, el Sr. Sitges, con el vigor de su talento y la energía de su carácter y la honradez de su conciencia, es uno de los hombres que poseen verdaderas condiciones para contribuir eficazmente a la obra colosal de la regeneración de la patria.
El Cuerpo de Aduanas es de los que más se distinguen por su personal inteligente, pues merced a la organización que recibió en el año 1850, así como al mejoramiento que le dieron las reformas de 1856, 1867, 1870 y 1895, al consolidar la estabilidad de los destinos y ampliar la esfera de los estudios, llegó a formar una institución que, en su género, no tiene rival en el extranjero y coloca a España = al frente de las naciones.
Entre los hombres más esclarecidos de ese Cuerpo comenzó a figurar desde su juventud nuestro biografiado, revelándose desde los primeros momentos como una inteligencia superior que hacía presagiar para él una carrera brillante; pero forzoso es agregar que a pesar de su energía y de su talento excepcionales, ha necesitado realizar una labor administrativa de treinta y nueve años consecutivos, durante los cuales prestó a su patria importantísimos servicios, para llegar a ocupar el alto cargo que actualmente desempeña.
Para dar a nuestros lectores una ligera idea de sus condiciones, trabajos y servicios, apuntaremos a continuación sus principales datos biográficos.
D. Juan B. Sitges, nació en Mahón, capital de la isla de Menorca, el 24 de Abril del año 1842. Hijo de un probo empleado de Hacienda, puede decirse que desde su niñez oyó el lenguaje oficial y vivió dentro de la esfera administrativa, donde por su abolengo y su mérito debía sobresalir.
Adquirió en varios colegios la instrucción elemental, luego estudió con los Padres escolapios de Barcelona, después fue al departamento francés del Herault para ampliar su educación en el colegio de Beziers y más tarde vino a Madrid para cursar la carrera de Aduanas, la cual concluyó con nota de unanimidad en Octubre de 1859, o sea a la edad de diez y siete años.
Muy joven, casi un niño, comenzó su vida oficial, siendo su primer destino el de Auxiliar-Vista de la Aduana de Luarca, subalterna de la provincia de Oviedo; desempeñando después otros empleos en las de Barcelona, Palamós y Tarragona, hasta que a fines de 1867 fue nombrado Oficial de la Dirección general y desde entonces, salvos los cortos intervalos que ha estado en comisión por provincias, puede decirse que ha permanecido en dicho Centro Directivo, ocupando diversos destinos de Oficial, Jefe de Negociado, Subdirector e Inspector general.
Entre los numerosos cargos honoríficos que ha tenido, simultaneándolos con el despacho de Negociados y Secciones de la Dirección general, figuran principalmente: el de Secretario de la Junta de Aranceles y Valoraciones, que conservó durante 23 años; el de Comisario en la negociación del tratado comercial con Francia, que se celebró en 1882; el de individuo de la Comisión Arrocera, que se reunió en Valencia en 1886; el de Secretario de la Comisión Agraria, que ejerció de 1887 a 1889, y el de Secretario de la Comisión Arancelaria, que desempeñó de 1889 a 1890.
Por su excepcional competencia en las materias científicas y económicas que se relacionan con los intereses industriales y mercantiles, fijaron en él sus miras los distintos gobiernos españoles y le encargaron delicadas comisiones en varios países extranjeros, las cuales realizó siempre con tal celo e inteligencia que merecieron plácemes de propios y extraños, causando a veces admiración en las cancillerías y en los centros oficiales de las naciones que visitó, sus profundos conocimientos en los arduos y complejos problemas arancelarios que se manifiestan de súbito y se desarrollan con frecuencia en el movimiento internacional del transaccionalismo moderno: así en 1877 fue a París como Secretario de la Comisión encargada de negociar con Francia el tratado de comercio; en 1888 pasó a Suecia, Noruega y Alemania para hacer comprobaciones detalladas acerca de la producción, manipulación y exportación de los alcoholes que nos remitían; en 1890 estuvo comisionado en la Aduana de Londres, con la misión de estudiar el sistema seguido en Inglaterra para determinar la graduación de los vinos; en 1895 llegó a Rusia, para apreciar la producción, el consumo y el tráfico de los trigos, tomando sobre ello numerosos datos en Barcelona, Marsella, Génova, Milán, Buda-Pest, Constantinopla y puertos del mar Negro; en 1898 marchó a Bruselas, como Delegado técnico de la Comisión Azucarera, y muy recientemente estuvo en París formando parte de la Comisión que celebró el 10 de Diciembre de 1898 el tratado de paz con los Estados Unidos.
Como consecuencia de esos servicios, favoreció en todo lo posible los intereses del comercio español y fue premiado con diversas condecoraciones nacionales y extranjeras, entre las cuales figuran la encomienda de la Legión de Honor y la gran Cruz de Isabel la Católica.
Su infatigable laboriosidad no se contentó con manifestarse tan solo en las tareas oficiales, sino que necesitando más campo de acción le llevó también a las esferas de la enseñanza, y durante veintitrés años explicó a los estudiantes que aspiraban a ingresar en la carrera de Aduanas, las asignaturas de Física, Química, Tecnología y Aranceles.
Además publicó varios folletos de carácter científico y un libro de Artes mecánicas, que sirve como texto a los periciales del porvenir.
También ha militado hasta ahora, desde hace muchos años, en las filas del periodismo, habiendo sido Redactor de la Gaceta Industrial y Director de la Crónica de la Industria, en cuyas tareas contrajo una grave afección a la vista, y últimamente era Director de El Eco de las Aduanas, del cual se ha despedido por razones de exquisita delicadeza, al ser elevado al cargo oficial que en la actualidad ostenta.
Los rasgos más distintivos de su carácter son la honradez, la energía y la laboriosidad; que asociados a una memoria prodigiosa de cuantos asuntos caen bajo su acción, a una concepción clarísima de cuantas cuestiones se someten a su juicio y a una resolución pronta de cuantos incidentes se entregan a su estudio, hacen de él una personalidad administrativa de primer orden, para la cual puede decirse que no existen dificultades insuperables ni problemas imposibles.
Si el Sr. Sitges se hubiera dedicado a la política habría alcanzado una gran celebridad, del propio modo que al consagrarse a la Administración ha llegado a ser una notable figura.
Los momentos en que se ha encargado de la Dirección general de Aduanas, son verdaderamente difíciles, pues la pérdida de las colonias españolas con sus doce millones de habitantes que consumían muchos productos de la metrópoli, ha de llevar una perturbación profunda a la industria, al comercio y a la marina nacionales, por verse súbitamente privadas del monopolio de los importantes mercados de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; pero estamos persuadidos con su pericia y su práctica extraordinarias, sabrá sacar el mejor partido posible de las tristes circunstancias porque atraviesa el país para promover en el mismo el desarrollo de sus intereses materiales.
Y creemos también que las iniciativas de su imaginación fecunda se extenderán a mejorar el porvenir del personal que dirige, pues como conoce a fondo sus verdaderas necesidades, procurará remediarlas dentro de los límites de lo justo, con lo cual será imperecedero el recuerdo de su nombre en el Cuerpo pericial de los empleados de Aduanas.
Finalmente, el Sr. Sitges, con el vigor de su talento y la energía de su carácter y la honradez de su conciencia, es uno de los hombres que poseen verdaderas condiciones para contribuir eficazmente a la obra colosal de la regeneración de la patria.
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El Imparcial. Diario-liberal,
Madrid, jueves 19 de junio de 1919, año LIII, nº 18.812, pág. 5
El Imparcial. Diario-liberal,
Madrid, jueves 19 de junio de 1919, año LIII, nº 18.812, pág. 5
En Arnao (Asturias), donde residía últimamente, retirado de la vida pública por su avanzada edad, ha fallecido el día 12 del mes actual el Excmo. Sr. D. Juan Blas Sitges, ilustre ex director general de Aduanas, cargo que desempeñó durante nueve años.
Sus grandes conocimientos, su laboriosidad y su firmeza le hicieron captarse el respeto y la consideración general.
Sus grandes conocimientos, su laboriosidad y su firmeza le hicieron captarse el respeto y la consideración general.