Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 08-06-2014
Para leer este episodio no hace falta tener barca o embarcarse. Solo ponerse en el punto de vista de un navegante, mediante un sencillo ejercicio de memoria visual o una foto aérea, y saber (cosa difícil para algunos) donde está la derecha y donde la izquierda. Mojándose, también se puede hacer.
Por tanto, según sales navegando, o nadando, por la Ría de Avilés hacia el Océano Atlántico, hay que saber que a tu izquierda (margen izquierda de la Ría) siempre estuvo todo, desde los tiempos de Maricastaña y hasta el siglo XIX, en Avilés. Es decir: la villa a la que la Historia regó con monumentales edificios y singulares calles atechadas, luego el pueblo marinero de Sabugo, más allá el castillo de Gauzón –cuna del símbolo de Asturias– y mucho más allá, la mina de Arnao, que aparte de ser submarina, fue la madre de todas las minas, antes de que existiesen el mismísimo Pozo María Luisa y la mina La Camocha, donde inventaron Comisiones Obreras.
En todo ese tiempo, la mar de siglos, la orilla de la derecha fue ignorada como si no hubiese pintado nada. Tanto es así, que el primer puente sólido que las unió fue el de San Sebastian, en el siglo XVI, cuando teníamos el agua en casa porque el puerto estaba entre lo que hoy conocemos como calle La Muralla y parque El Muelle.
Pero la margen derecha es mucho más. En los últimos tiempos ha tomado el relevo en la cosa del magnetismo industrial, milagro tan propio de la Ría avilesina y que a lo largo de la historia se mostró y demostró solamente en la margen izquierda, donde se asienta la ciudad, al borde del mar –pero separada por unos metros, que son un mundo que discurre entre tres semáforos, más dos vías terrestres y otras dos de ferrocarril– en la carretera de San Juan (oficialmente Avenida Conde Guadalhorce), hoy adornada con un sensacional paseo marítimo y donde están instalados los muelles deportivo, pesquero y finalmente el industrial de Raíces, en San Juan.
La margen derecha, en la zona más próxima a la ciudad fue, desde que se tiene memoria, una llanura húmeda que almacenaba ciénagas insalubres, que fueron saneadas y reconvertidas en fincas de labor y praderías llamadas Las Huelgas, nombre que no es casual pues, como se sabe una, de las acepciones del término huelga es el de terreno de cultivo especialmente fértil. Y eso ocurrió en el siglo XIX.
En aquellos terrenos fértiles se asentó, a mitad del siglo XX, una buena parte de la factoría de ENSIDESA, construyéndose nuevos muelles para la actividad industrial, hoy ampliados, en el centro del estuario, que de tan nuevos creo que no están ni bautizados (pues se les viene llamando, indistintamente, Las Canteras, El Estrellín y Valliniello) cuando se tiene, a punto de caramelo, la recuperación de topónimo tan singular, universal e histórico como San Balandrán, amparándose en la proximidad de la desaparecida isla y también la recordada playa denominadas con el nombre del navegante santo irlandés.
A la defunción de ENSIDESA correspondió un luto riguroso de tráfico marítimo siderúrgico en la dársena de San Agustín. La ausencia de embarcaciones de/con productos industriales está siendo solventada, en parte, en los muelles de la margen izquierda con el nuevo puerto deportivo y en la margen derecha, con el nuevo muelle Sur, contiguo al nuevo complejo cultural internacional Oscar Niemeyer, y que se ha convertido en zona de atraque –jardín japonés incluido– de los cruceros internacionales que visitan la ciudad.
El Niemeyer, avanzadilla de la margen derecha, está a seis minutos, andando, del Parche (Plaza de España). Este centro cultural es un invento, magnífico, del siglo XXI.
Como invento, y éste toponímico, de siglo anterior fue el del pueblo de Zeluán, situado a continuación del muelle de aquella ENDASA que hoy es ALCOA y de la naufragada, por contaminación aguda, playa de San Balandrán. En Zeluán –un episodio aparte– confluyen la maravillosa ensenada de Llodero (declarada Monumento Natural) y la charca de Zeluán, parada y fonda de multitud de aves en sus desplazamientos intercontinentales.
A la ensenada también da el ‘Pabellón de verano’ de la familia Maqua, hoy despellejado por el abandono y camuflado en un bosque. Precisamente cuando los Maqua mandaron construir, en el siglo XIX, un malecón al lado de esta residencia, uno de los obreros (antiguo combatiente en la guerra de Marruecos) que cargaban vagonetas con tierra para al dique y al que –por lo que se ve– la obra le recordaba su estancia militar en la población de Zeluán (al sur de Melilla) comentaba, siempre que soltaba cada vagoneta con material para la obra: «¡Ahí va tierra para Zeluán!» Y tal nombre africano le quedó a este paraje de la Ría avilesina. Esto lo tiene contado Ricardo García Iglesias, oficial de la Armada española, nacido en esta margen derecha del estuario y la persona –a mí entender– que atesora más conocimientos generales sobre la Ría.
Por esta zona bendecida por la naturaleza, mira tú que cosas, está la estación central del colector industrial del saneamiento de Avilés.
Pero donde no hay paradoja que valga es en el anclaje –lógico a rabiar– de los astilleros que, dale que te pego, siguen productivos al lado de San Juan de Nieva, el de la margen derecha, el antiguo, el San Juan de te lo juro por mi madre. Porque el de la otra margen, hoy pobre de población y millonario en contaminación, nació en el siglo XIX cuando se construyó el puerto industrial.
Y con el San Juan primigenio ya nos metemos de lleno en la fabulosa península de Nieva –otro episodio aparte– lugar mágico donde los haya, tanto en Asturias como en el norte de España.
Se suceden las maravillas en Nieva, la antigua Noega, donde al mar quebrado en curva le dicen ‘Pachico’, o aquel primer hotel ‘La Rosa’, de película (tal que ‘El Gatopardo’ de Visconti) y los primeros baños públicos de Avilés, o esa Peña del Caballo, que no es una peña cualquiera, y luego la fuente del Emballo, el Arañón y el Faro, donde hasta Woody Allen –el músico de Manhattan– estuvo filmando.
Aquí en esta península mítica de Nieva, donde está enclavado el Faro –al que casi todos decimos de San Juan por justicia geográfica, pero cuyo nombre oficial es Faro de Avilés– tiene la histórica Villa su Finisterre.
Fin de la tierra de Avilés, sí. Pero también umbral, si se viene de la mar salada. Que todo depende del punto de vista, como decía al principio, del navegante o del bañista.
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