lunes, 27 de febrero de 2012

Rozaflor, aldea perdida en la comarca La Quinta del Misterio se esconde en Castrillón

El núcleo, deshabitado desde hace 15 años por la marcha de sus últimos moradores, dio nombre al primer queso producido en Illas
Rozaflor (Illas),
Ignacio PULIDO
«Aquí soy el más feliz del mundo». José Manuel García pronuncia sin vacilar estas palabras al referirse a su pueblo natal, Rozaflor, un pequeño núcleo sito en las estribaciones de la sierra de Bufarán. Hace quince años, sus padres, Manuel García y Consuelo Sánchez, fueron los últimos en abandonar este enclave del concejo de Illas. Tras varios años de abandono sus cuatro viviendas esperan por una segunda oportunidad. El turismo rural se perfila como una posible opción de futuro.

Rozaflor es un rincón por redescubrir a apenas siete kilómetros de la capital del concejo, Callezuela. La aldea, perteneciente a la parroquia rural de La Peral, se sitúa a 410 metros de altitud, sobre un promontorio desde el que es posible divisar el litoral y gran parte de la comarca avilesina. A pesar de su cercanía a la carretera que une a Grado con Avilés es un lugar aislado. El único acceso rodado se practica a través de una pista forestal que parte de La Reigada.

Diversos documentos vinculan a la familia paterna de José Manuel con Rozaflor desde al menos el siglo XVIII. «Mi prima conserva en su domicilio una serie de inventarios que eran elaborados cuando alguien de la casa contraía matrimonio», comenta. La vida en el pueblo giraba en torno a la agricultura. Los vecinos mantenían su vínculo más directo con el cercano núcleo de La Gotera, en el que habitaba tan sólo una familia. Este lugar, sito en la vertiente de Las Regueras, ha sido deshabitado también. No obstante, recibe con gran frecuencia la visita de los descendientes de sus moradores.

José Manuel, de 60 años de edad, pertenece a la última generación criada en Rozaflor. Vivió los primeros seis años de su vida en Callezuela. «Estuve en casa de unos familiares hasta que me trasladé definitivamente a mi hogar», señala. Él, su hermana y otros dos vecinos fueron los últimos niños en jugar en las quintanas de la aldea. Los pequeños de Rozaflor asistían a la escuela de La Peral. «Nos levantábamos a las ocho de la mañana y caminábamos unos 4 kilómetros a través de una pista para acudir a clase. Llevábamos la comida y comíamos en casa del maestro», recuerda. En otras ocasiones bajaban a bordo de los camiones que transportaban el caolín extraído en una mina próxima. «Le debía de dar pena a los camioneros y nos bajaban».

El pueblo solía quedar aislado cuando nevaba. «Antes caían nevadas mayores que ahora», enfatiza. La electricidad llegó a Rozaflor a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado. Sin embargo, las vías de comunicación nunca experimentaron mejorías. Quizá esta fue una de las causas que propiciaron su despoblamiento. Hace unas dos décadas, Josefa Antón fue la antepenúltima vecina en abandonar la aldea. Por su parte, Manuel y Consuelo permanecieron allí durante cinco años más. «Bajaron a vivir conmigo en Avilés, donde vivo desde 1975. Mi padre se negaba, quería seguir allí», subraya.

El silencio impera ahora en Rozaflor. Su historia permanece presente tan sólo en la memoria de sus últimos habitantes. Sin embargo, su nombre está intrínsecamente relacionado con el pasado empresarial y la gastronomía del concejo. En 1906 los empresarios Abraham González Díaz y Ramón León Álvarez fundaron en Trejo la empresa «La selva asturiana», que fabricaba el queso «Rozaflor». Se sostiene que González adoptó el nombre de la aldea por su similitud con la denominación Rochefort que da nombre al conocido queso francés, de características similares al producido actualmente en Illas.

Alberto Tirador, alcalde del concejo, destaca el potencial del pueblo para dar cabida a un núcleo de turismo rural. «Se encuentra en un lugar precioso donde podrían desarrollarse actividades como por ejemplo senderismo», apunta. José Manuel afirma que años atrás varias personas mostraron su interés por adquirir alguna vivienda para ser rehabilitada con fines turísticos. «Las pista de acceso está bastante bien. Tan sólo sería preciso adecentarla para que pudiese ser transitada por cualquier tipo de vehículo», sostiene. Sin embargo, la actual crisis económica ha hecho que todos estos proyectos permanezcan en dique seco. A día de hoy, los terrenos de Rozaflor tan sólo sirven como pasto para una ganadería vacuna de la zona.

Todos los fines de semana, José Manuel acude a su aldea. Allí disfruta de su tiempo libre cuidando de unos panales. «Se respira una tranquilidad muy grande», concluye.

La Quinta del Misterio, en la imagen, es un ejemplo paradigmático dentro de los núcleos deshabitados en la comarca de Avilés. Esta quintana, abandonada hace tres décadas, se encuentra entre la variante de Avilés y la autovía del Cantábrico. A pesar de situarse en medio de un nudo de comunicaciones y a escasa distancia de un apeadero de Feve, este paraje permanece relegado tan sólo al pasto, informa Ignacio PULIDO.

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