A unos 6 kilómetros de Avilés se encuentra la playa de Salinas – San Juan de Nieva. En su extremo derecho hay un rompeolas de bloques de hormigón y un espigón que se adentra en el mar cerca de 300 metros. A poco que la mar se levante, las olas saltan sobre la punta del espigón y siguen rectas su camino con el empuje de muchos miles de toneladas.
El muro de San Juan de Nieva lleva muchos años en su sitio, casi 40; el espigón se construyó en 2004. El muro de bloques era hasta hace poco mucho más largo y se comía parte de la playa de San Juan. Con las obras del espigón, se desmontó parte del muro y se ganaron trescientos metros más de playa (que previamente se había comido la construcción del muro en los 70).
Cuento todo esto porque cuando yo era pequeño solía ir a pescar con mis padres al muro de San Juan de Nieva y veía subir y bajar las mareas a lo largo de las horas. Uno de los recuerdos que tengo es un pecio, los restos de un naufragio. Más o menos a la altura del moderno espigón podían verse, a marea baja, los restos fantasmales de un barco de metal corroído y expuesto a los elementos durante décadas. No se sabía muy bien si el pecio quería volver a la superficie desde su tumba marina o, por el contrario, buscaba perderse definitivamente de la vista de los hombres bajo el agua. Recuerdo perfectamente la inquietante sensación que producía ver aquél cadáver metálico tan cerca de la entrada a la Ría, por donde desfilaban a diario docenas de barcos de todo tipo y tamaño. ¿Qué hacía allí? ¿Cuándo y por qué se había hundido?
El otro día pregunté a mi padre que, sorprendentemente, acumula varios años de experiencia más que yo, y así conseguí el nombre del barco: Toralín. Luego únicamente tuve que buscar un poco. El Toralín era un carguero español de 1390 toneladas que embarrancó contra el dique de San Juan el 6 de diciembre de 1972. Aquella noche, con mar picada y temporal, el carguero quedó sin gobierno cerca de la entrada a la Ría y fue empujado contra el dique, que en aquella época estaba en construcción. Quedó encajado sobre los bloques, con la proa mirando a la Ría, sobre su costado estribor. Pronto se comprobó que sería imposible moverlo de allí, y acabó desfondado e inundado por la fuerza del Cantábrico. Se recuperó la carga (neumáticos, granito y tuberías plásticas), se sacó a los seis o siete tripulantes en bote y se abandono el buque a los elementos hasta que, dos años después, se emprendió su desguace a soplete. Hubo piezas que no pudieron sacarse: restos de la quilla, el calzo o soporte del motor y el codaste (la pieza que aloja el mecanismo del timón), demasiado sólidas o pesadas para ser desmontadas. Allí permanecieron durante más de 30 años, hasta que las obras de construcción del nuevo espigón hicieron necesario sanear la playa y, por tanto, retirar lo que quedaba del buque. En abril de 2004, 32 años después del naufragio, se comenzó la retirada de los restos. Actualmente el Toralín ya solo permanece en las memorias de los que vieron sus restos semienterrados frente al muro de San Juan.
El Toralín, en una foto tomada en Santander en los 60
En ABC apareció la única foto del Toralín embarrancado que he podido encontrar. El artículo completo puede leerse aquí
Curiosamente, décadas después otro carguero corrió exactamente la misma suerte que el Toralín. Era el ruso Grenland, del que hablaré en otra ocasión.
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