AVILES - La voz de Aviles
Viaje submarino al 'Luchana'
LA VOZ acompaña al equipo de filmación de los restos del buque hundido en 1986 frente a la costa de San Esteban de Pravia
El buque 'Luchana', un bulkarrier que naufragó frente a la costa avilesina hace 26 años, era hasta esta misma semana uno de los objetivos más perseguidos por los submarinistas del Cantábrico. Hundido a cien metros de profundidad en un punto que dista unas nueve millas del puerto de San Esteban de Pravia, hasta el momento sólo se había podido llegar en una ocasión a sus restos, en una inmersión que, por varios imponderables, no resultó todo lo fructífera que sus responsables habían esperado.
Quince meses después, el mismo equipo de buzos ha vuelto a intentarlo, superando la prueba con éxito y sentando un precedente «para hacer un tercer descenso... y los que hagan falta», afirma con satisfacción el veterano submarinista Joseba Alberdi. Pionero de esta disciplina en el norte de España, Alberdi dirige una escuela de buceo en Laredo y atesora en su currículum las inmersiones más difíciles que el Cantábrico esconde bajo sus aguas. Aunque él prefiera minimizar sus éxitos y disfrutar de un deporte que, con sus dificultades y riesgos, es capaz de brindar las emociones que sólo lo inexplorado y lo desconocido pueden dar.
Lógicamente, Alberdi no estuvo solo en la experiencia del pasado jueves. Porque sin sus compañeros Gabriel López, Dani Arceniega e Iván Calvo, más la logística de Javier Mérida, Marcos Pardo y Santiago González, «habría sido imposible», afirma con la sonrisa del triunfo aún fresca.
A primera hora de la mañana del pasado jueves, el pantalán del puerto de San Esteban era escenario de un trajín poco habitual para la localidad murense. Equipos de buceo de última generación en forma de neoprenos, botellas de aire, reguladores de oxígeno, nitrógeno y helio o cámaras de vídeo preparadas para soportar las elevadísimas presiones de la profundidad, entre otras muestras de tecnología, avisaban que la esperada hora de abordar el 'Luchana' había llegado.
Un ligero nerviosismo entre los protagonistas de la inmersión se podía percibir en las conversaciones. Y es que «el riesgo en bajar a tantos metros bajo la superficie existe, sólo hay que minimizarlo siguiendo punto por punto el protocolo de actuación», según la explicaciones de Javier Mérida, coordinador de una acción «que hay que preparar con mucha antelación, estando pendientes de factores como la previsión meteorológica, el estado de visibilidad del agua y también de mover equipos y personas que se hacen sus kilómetros para colaborar con su tiempo y disponibilidad; el margen de improvisación es estrechísimo», afirma.
Esto lo corrobora Marcos Pardo, otro avezado submarinista y técnico en inmersiones, que rebate varios lugares comunes de una actividad compleja. «El único riesgo ahí abajo es ahogarse», señala para aclarar que «la presión convierte el nitrógeno del aire en un narcótico, con lo cual hay que cambiar el combinado de gases que respiran los buzos». A este fin, apunta a las voluminosas botellas que los submarinistas van a cargar a sus espaldas. «No los llames 'bombonas de oxígeno' porque no tiene nada que ver con las de los hospitales», indica. «Lo que contienen respectivamente es aire y unos preparados de gases respirables que se llaman 'nitrox' y 'trimix'». Se trata de mezclas proporcionales de oxígeno, helio y nitrógeno «que reducen la concentración de este último, evitando así la narcosis». Y es que si este estado llega «se pierde la noción de la realidad, el cerebro se embota y es ahí donde está la frontera entre la vida y la muerte», explica.
Las dos horas y media que durará el descenso al pecio del barco serán aprovechadas al máximo «por medio de los 'rebreathers', unos dispositivos que economizan y reciclan todos los contenidos de las botellas para poder respirar eficazmente», señalan Marcos y Javier. En total, cada buzo «cargará con unos 130 kilos a las espaldas; fuera del agua son como inválidos, pero dentro se mueven perfectamente», indican ambos técnicos.
«¡Ahí está el 'Luchana'!»
Entre estas explicaciones, la expedición ya se ha hecho a la mar. Santiago González, patrón del barco 'Damabiah' es quien traslada a los cuatro buzos al punto de inmersión. Experto navegante y buen conocedor de la historia del 'Luchana', mide con tranquilidad la posición y controla el suelo marino por medio de los dos radares de a bordo. La radio informa que el estado de la mar es de marejadilla a marejada. Dani Arceniega, pese a su prolongada experiencia, no oculta su preocupación. «Va a ser difícil salir con esta mar». ¿Habrá algún problema bajo el agua? «No, debajo no, lo malo es cómo subir a la superficie si la mar anda picada», matiza. Gabriel López, el más tranquilo de todos, bromea sobre los errores en la anterior inmersión, mientras que Iván Calvo, el único asturiano que descenderá al fondo, reflexiona sobre la que va a ser su récord personal de profundidad, sin perder la calma, pero sin abandonar tampoco la actitud vigilante.
Así, entre anécdotas sobre expolios a barcos hundidos, experiencias relativas a coleccionistas de ánforas romanas y alguna confidencia sobre tesoros rescatados de modo rocambolesco, la conversación se detiene ante el aviso de Santiago a la tropa de submarinistas. «Amigos, ¡ahí está el 'Luchana'!», exclama apuntando a la pantalla de colores del sonar. Confirmadas la posición y la profundidad, Alberdi da la orden: «Lo que hemos hablado, punto por punto y sin cambios, ¿correcto?». Y se hace el silencio.
A partir de este momento, el protocolo es firme. Se van ajustando trajes, botellas, gafas y equipo de cine. Adaptan los tubos de aire, y por orden -Joseba, Iván, Dani y Gabriel- se lanzan a las frías aguas del Cantábrico. Sus cabezas desaparecen hacia las profundidades, mientras la zodiac de apoyo y el 'Damabiah' dan vueltas alrededor de la boya que guía a los cuatro submarinistas. Al fondo del cabo que la une al contrapeso de la sonda, si nada se tuerce, estará el carguero, del que esperan sacar un reportaje de vídeo y, sobre todo, obtener un dato que dilucide de la polémica del naufragio, otro fin de la expedición.
Mientras Mérida y Pardo se quedan en el barco, los cuatro buzos se vuelcan en su aventura. Tras la adaptación al medio, descienden al fondo, donde sólo podrán permanecer un cuarto de hora escaso. Luego, a unos ocho metros de la superficie, tendrán que estar una hora en descompresión. Y tras la incertidumbre, aparece la figura de Joseba Alberdi haciendo un gesto de júbilo.
Hinchados por la presión, chorreando agua por los neoprenos, la voz aguda por el helio y con un agotamiento que no vence la alegría, Alberdi, Iván, Dani y Gabriel trepan a cubierta antes de relatar una expedición para el recuerdo. Y Joseba resume lo visto ahí abajo. «El 'Luchana' se partió efectivamente por la mitad; está seccionado en ángulo casi recto, hemos grabado todo para quien quiera comprobarlo», afirma triunfante. Una placa de homenaje a los marinos fallecidos aquel 15 de enero del 86 ha quedado en la quilla como testigo de la inmersión. Entre efusiones y abrazos, toca volver a puerto. El éxito merece celebrarse en torno a una mesa.
El buque 'Luchana', un bulkarrier que naufragó frente a la costa avilesina hace 26 años, era hasta esta misma semana uno de los objetivos más perseguidos por los submarinistas del Cantábrico. Hundido a cien metros de profundidad en un punto que dista unas nueve millas del puerto de San Esteban de Pravia, hasta el momento sólo se había podido llegar en una ocasión a sus restos, en una inmersión que, por varios imponderables, no resultó todo lo fructífera que sus responsables habían esperado.
Quince meses después, el mismo equipo de buzos ha vuelto a intentarlo, superando la prueba con éxito y sentando un precedente «para hacer un tercer descenso... y los que hagan falta», afirma con satisfacción el veterano submarinista Joseba Alberdi. Pionero de esta disciplina en el norte de España, Alberdi dirige una escuela de buceo en Laredo y atesora en su currículum las inmersiones más difíciles que el Cantábrico esconde bajo sus aguas. Aunque él prefiera minimizar sus éxitos y disfrutar de un deporte que, con sus dificultades y riesgos, es capaz de brindar las emociones que sólo lo inexplorado y lo desconocido pueden dar.
Lógicamente, Alberdi no estuvo solo en la experiencia del pasado jueves. Porque sin sus compañeros Gabriel López, Dani Arceniega e Iván Calvo, más la logística de Javier Mérida, Marcos Pardo y Santiago González, «habría sido imposible», afirma con la sonrisa del triunfo aún fresca.
A primera hora de la mañana del pasado jueves, el pantalán del puerto de San Esteban era escenario de un trajín poco habitual para la localidad murense. Equipos de buceo de última generación en forma de neoprenos, botellas de aire, reguladores de oxígeno, nitrógeno y helio o cámaras de vídeo preparadas para soportar las elevadísimas presiones de la profundidad, entre otras muestras de tecnología, avisaban que la esperada hora de abordar el 'Luchana' había llegado.
A primera hora de la mañana del pasado jueves, el pantalán del puerto de San Esteban era escenario de un trajín poco habitual para la localidad murense. Equipos de buceo de última generación en forma de neoprenos, botellas de aire, reguladores de oxígeno, nitrógeno y helio o cámaras de vídeo preparadas para soportar las elevadísimas presiones de la profundidad, entre otras muestras de tecnología, avisaban que la esperada hora de abordar el 'Luchana' había llegado.
Un ligero nerviosismo entre los protagonistas de la inmersión se podía percibir en las conversaciones. Y es que «el riesgo en bajar a tantos metros bajo la superficie existe, sólo hay que minimizarlo siguiendo punto por punto el protocolo de actuación», según la explicaciones de Javier Mérida, coordinador de una acción «que hay que preparar con mucha antelación, estando pendientes de factores como la previsión meteorológica, el estado de visibilidad del agua y también de mover equipos y personas que se hacen sus kilómetros para colaborar con su tiempo y disponibilidad; el margen de improvisación es estrechísimo», afirma.
Esto lo corrobora Marcos Pardo, otro avezado submarinista y técnico en inmersiones, que rebate varios lugares comunes de una actividad compleja. «El único riesgo ahí abajo es ahogarse», señala para aclarar que «la presión convierte el nitrógeno del aire en un narcótico, con lo cual hay que cambiar el combinado de gases que respiran los buzos». A este fin, apunta a las voluminosas botellas que los submarinistas van a cargar a sus espaldas. «No los llames 'bombonas de oxígeno' porque no tiene nada que ver con las de los hospitales», indica. «Lo que contienen respectivamente es aire y unos preparados de gases respirables que se llaman 'nitrox' y 'trimix'». Se trata de mezclas proporcionales de oxígeno, helio y nitrógeno «que reducen la concentración de este último, evitando así la narcosis». Y es que si este estado llega «se pierde la noción de la realidad, el cerebro se embota y es ahí donde está la frontera entre la vida y la muerte», explica.
Las dos horas y media que durará el descenso al pecio del barco serán aprovechadas al máximo «por medio de los 'rebreathers', unos dispositivos que economizan y reciclan todos los contenidos de las botellas para poder respirar eficazmente», señalan Marcos y Javier. En total, cada buzo «cargará con unos 130 kilos a las espaldas; fuera del agua son como inválidos, pero dentro se mueven perfectamente», indican ambos técnicos.
«¡Ahí está el 'Luchana'!»
Entre estas explicaciones, la expedición ya se ha hecho a la mar. Santiago González, patrón del barco 'Damabiah' es quien traslada a los cuatro buzos al punto de inmersión. Experto navegante y buen conocedor de la historia del 'Luchana', mide con tranquilidad la posición y controla el suelo marino por medio de los dos radares de a bordo. La radio informa que el estado de la mar es de marejadilla a marejada. Dani Arceniega, pese a su prolongada experiencia, no oculta su preocupación. «Va a ser difícil salir con esta mar». ¿Habrá algún problema bajo el agua? «No, debajo no, lo malo es cómo subir a la superficie si la mar anda picada», matiza. Gabriel López, el más tranquilo de todos, bromea sobre los errores en la anterior inmersión, mientras que Iván Calvo, el único asturiano que descenderá al fondo, reflexiona sobre la que va a ser su récord personal de profundidad, sin perder la calma, pero sin abandonar tampoco la actitud vigilante.
Así, entre anécdotas sobre expolios a barcos hundidos, experiencias relativas a coleccionistas de ánforas romanas y alguna confidencia sobre tesoros rescatados de modo rocambolesco, la conversación se detiene ante el aviso de Santiago a la tropa de submarinistas. «Amigos, ¡ahí está el 'Luchana'!», exclama apuntando a la pantalla de colores del sonar. Confirmadas la posición y la profundidad, Alberdi da la orden: «Lo que hemos hablado, punto por punto y sin cambios, ¿correcto?». Y se hace el silencio.
A partir de este momento, el protocolo es firme. Se van ajustando trajes, botellas, gafas y equipo de cine. Adaptan los tubos de aire, y por orden -Joseba, Iván, Dani y Gabriel- se lanzan a las frías aguas del Cantábrico. Sus cabezas desaparecen hacia las profundidades, mientras la zodiac de apoyo y el 'Damabiah' dan vueltas alrededor de la boya que guía a los cuatro submarinistas. Al fondo del cabo que la une al contrapeso de la sonda, si nada se tuerce, estará el carguero, del que esperan sacar un reportaje de vídeo y, sobre todo, obtener un dato que dilucide de la polémica del naufragio, otro fin de la expedición.
Mientras Mérida y Pardo se quedan en el barco, los cuatro buzos se vuelcan en su aventura. Tras la adaptación al medio, descienden al fondo, donde sólo podrán permanecer un cuarto de hora escaso. Luego, a unos ocho metros de la superficie, tendrán que estar una hora en descompresión. Y tras la incertidumbre, aparece la figura de Joseba Alberdi haciendo un gesto de júbilo.
Hinchados por la presión, chorreando agua por los neoprenos, la voz aguda por el helio y con un agotamiento que no vence la alegría, Alberdi, Iván, Dani y Gabriel trepan a cubierta antes de relatar una expedición para el recuerdo. Y Joseba resume lo visto ahí abajo. «El 'Luchana' se partió efectivamente por la mitad; está seccionado en ángulo casi recto, hemos grabado todo para quien quiera comprobarlo», afirma triunfante. Una placa de homenaje a los marinos fallecidos aquel 15 de enero del 86 ha quedado en la quilla como testigo de la inmersión. Entre efusiones y abrazos, toca volver a puerto. El éxito merece celebrarse en torno a una mesa.
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