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Han pasado cincuenta años, pero a Estrella Rodríguez Vigil aún se le saltan las lágrimas cuando recuerda la tragedia. La sombra de Campo Eder aún navega por las frías aguas de su memoria. La galerna de 1961 se llevó la vida de su marido, Manuel Ángel Menéndez, cuyo rostro conserva en una antigua foto con la que posa emocionada, en este sábado gris de verano plomizo, en su casa del viejo barrio de pescadores de Avilés, conocido por El Nodo, porque salió en un documental de la época.
Era el 12 de julio. El día había discurrido plácidamente en el poblado. Incluso había hecho sol. Nada hacía presagiar la gran tormenta que al caer la tarde se abatió sobre los más de doscientos barcos que estaban faenando en la costera del bonito, entre cien y cuatrocientas millas del Cabo de Peñas.
“Fue al oscurecer, escuchando la radio, en Onda Pesquera cuando nos enteramos de que había una galerna”, relata con los ojos empañados Estrella. Aquella noche fue la más larga de su vida. La pasó en vela rezando a Dios. Al día siguiente, por la mañana, les comunicaron que el Campo Eder, en el que iba su marido, un hermano y un primo, había naufragado.
Estrella hace un paréntesis ahogada por el dolor. Cuando ocurrió tenía 37 años y cinco hijos pequeños. El mundo se le vino encima de repente. El mar se tragó todas sus expectativas y su proyecto de vida.
Al mediodía su hermano y su suegro fueron a la capitanía marítima de Gijón. Allí les confirmaron que los tres habían desaparecido. Sus cuerpos nunca fueron recuperados. “No apareció ninguno de todos los barcos que se fueron a pique, ni gallegos ni vascos ni cántabros ni asturianos, nada”, repite esta mujer de 84 años a quien los golpes de la existencia no han arrebatado una envidiable vitalidad.
“Cuando se fueron de casa mis hijos fue cuando más comencé a echarlo en falta porque al principio, mi prioridad eran ellos”, comenta Estrella, que a la muerte de su marido se quedó con una pensión de mil pesetas y se puso a “cargar camiones de bonito en la rula” para sobrevivir y sacar adelante a sus vástagos.
Tras el desastre, tres de sus cinco hijos fueron trasladados al único colegio masculino que había en España para huérfanos de la marina, El Picacho, de Sanlúcar de Barrameda, porque a las niñas las llevaban a otro internado, en Galicia, al colegio Carmen Polo de Franco.
Aquella separación fue un nuevo golpe para ella. “Me resultó casi tan duro como la muerte de mi marido” explica Estrella con el corazón en un puño.
Madres coraje Su vida representa a docenas de mujeres, de “madres coraje”, que se abrieron paso sobreviviendo solas en aquellos tiempos difíciles, porque en los naufragios de aquella tormenta que duro tres días murieron 83 pescadores del Cantábrico (24 de Asturias) y se hundieron 21 embarcaciones.
“Otras muchas mujeres tuvieron que emigrar y mi madre fue una de ellas”, recuerda Juan Carlos Fernández Rouco, uno de aquellos niños que se quedaron sin padre.
Fernández recuerda que algunas madres, “en un esfuerzo titánico, por Pascua, hacían piña y tras un viaje épico de 36 horas en billete de ferrocarril de tercera, llegaban al colegio de San Lucar de Barrameda frescas, radiantes y alegres a ver a sus hijos para llenarlos de besos y abrazos”. Él que tenía a su madre en Francia, cuenta que también “había besos para los hijos de las compañeras que no podían ir”, al estar en otros países.
“Yo, un niño de seis años ávido de cariño y ternura los recibía como un bálsamo, pero no comprendía por qué mi madre no estaba allí. Y es que estaba en Francia rompiéndose la espalda para que pudiéramos salir adelante, tanto tiempo como para recibir una pensión de este país cuando se jubiló”, relata.
Homenaje en La Arena En La Arena, donde el temporal se cobró doce vidas (otras 9 en Avilés, una en Candás, otra en Cudillero y otra en Lastres), ayer se iniciaron los actos para recordar el desastre. En este pequeño pueblo marinero aún vive Belarmino González, el único superviviente asturiano, quien a sus 85 años no quiso asistir a las ceremonias de conmemoración debido a su edad. “Se emociona mucho y no ha querido venir”, explica Marta Badiola, presidenta de la asociación.
El martes se cumplen cincuenta años de la tragedia, pero Belarmino y Estrella no pueden olvidar. Aquella lejana tormenta sigue rugiendo aún en su interior con un latido de olas salvajes.
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