Experimentados pilotos asturianos aficionados a la aviación deportiva inciden en los peligros que encierra el clima regional para disfrutar de su pasión
Oviedo, María José IGLESIASEl cielo asturiano es «muy particular» y requiere precauciones extremas para alzar el vuelo. Lo dicen aficionados a la aviación deportiva, como los que ayer fallecieron, y lo corroboran hechos como el accidente registrado ayer en el aeropuerto de Asturias, en el que perdieron la vida los cuatro tripulantes de dos aeronaves de matrícula polaca.
Ángel Reinares, presidente del aeroclub Águila, y José Murias, directivo del Aeroclub Llanera y director de la autoescuela Iberia, donde decenas de asturianos han aprendido a pilotar, señalan que «volar» una avioneta es una tarea compleja en cualquier circunstancia, pero más en Asturias, donde quienes se dedican a la aviación deportiva -hay más de sesenta inscritos en los tres aeroclubs de la región- toman todo tipo de precauciones antes de encender los motores.
Murias, que tiene entre sus alumnos al piloto de Fórmula 1 Fernando Alonso, corrobora que la niebla, que impide la visibilidad, es la eterna cruz que arrastran los aficionados y también los pilotos comerciales, aunque en menor medida.
La mejor prueba de que toda precaución es poca estriba en que ayer ningún aparato despegó de La Morgal, sede de los aeroclubs Águila, Llanera y Principado de Asturias. «El día no estaba para volar, se veía claro», señala Murias.
Entre las precauciones que deben tomar los pilotos a la hora de diseñar un plan de vuelo figura como obligatorio marcar un aeropuerto de aterrizaje alternativo y llevar suficiente combustible para hacer frente a eventualidades, indican expertos con miles de horas de vuelo a sus espaldas.
Consideran que tal como estaban ayer las condiciones meteorológicas, con una intensa niebla, para tomar tierra con éxito habría sido necesario que los aviones fuesen equipados con todos los instrumentos de vuelo. «Y con un piloto plenamente capacitado para abordar una operación de envergadura», indica Reinares.
Y aun dándose esas circunstancias, asegura que ayer no se hubiese aventurado. «Ya he ido a varios entierros de compañeros y he tenido algún susto, toda prudencia es poca», comenta Murias. A su juicio, el cielo asturiano estaba ayer para pasar a mucha altura, sobrevolando las nubes. «Para eso hay que tener también la capacitación precisa». Los aviones siniestrados, un Cirrus SR-22 y un Cessna Skyline 182 T, ambos americanos, deberían hacer estado equipados para acometer dificultades. «Son buenos aparatos, que cuestan unos 600.000 euros». Además, el Cirrus lleva paracaídas. «Me da la impresión de que los pilotos perdieron el control por la falta de visibilidad y se pusieron muy nerviosos», señala. Reinares, que como Murias ha aterrizado en el aeropuerto de Asturias en numerosas ocasiones, cuenta que a lo largo de su «vida aérea» ha tenido varios percances. «La verdad es que se pasa fatal, me imagino lo que habrán sufrido nuestros compañeros polacos, tuvo que ser horrible». A ambos se les viene a la mente algo que se dice a menudo en el argot aeronáutico: «Prefiero estar en tierra y desear estar en el aire que estar en el aire y desear bajar a tierra». Reinares lamenta la pérdida de vidas humanas, pero matiza que la tragedia de ayer en el aeropuerto pudo haber sido mucho peor. «Una de las avionetas cayó a pocos metros de los depósitos de combustible, habría sido fatal», subraya que le relató un testigo que se encontraba en el aeródromo en el momento del accidente. A esa misma hora -las dos de la tarde- los miembros del aeroclub Águila ultimaban la venta de su avión (un Cessna comprado en Miami en el año 1994) a un club de Líbano. «La situación económica nos obliga a ello, volar es muy caro, unos 150 euros por hora, esperamos tiempos mejores», explican.
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