Los obreros trabajan estos días en la instalación del ascensor-jaula que bajará al visitante hasta las galerías. La jaula original llegaba a la cota -56 dando inicio a un mundo subterráneo y submarino que parece pura ficción. A través de planos inclinados, que llegaban a tener inclinaciones de hasta treinta grados, la mina alcanzaba la cota -200 y progresaba mar adentro hasta el final del campo de explotación, a unos 600 metros en línea recta hacia el Cantábrico.
En las entrañas de la mina, entre el ruido de los trabajos, Guillermo Laíne e Iván Muñiz se imaginan el «pavor» de las primeras generaciones de mineros que explotaron Arnao en la primera mitad del XIX (y qué decir de los que lo hicieron a finales del XVI). «Es que aquella gente no era minera, sino campesina y marinera. Para ellos, trabajar dentro de la tierra debía ser tabú». Sus herramientas eran prácticamente las mismas que en las del laboreo agrícola.
En pocos meses, tras Arnao, la Real Compañía Asturiana de Minas abre Reocín y La Florida, en Cantabria, creando una especie de ruta cantábrica del zinc. La Florida es la actual mina de El Soplao, un prodigio de formación calcárea único en el mundo. Pero Reocín y La Florida eran más fáciles de trabajar que Arnao. El principio del fin llega en 1903 cuando se detectan las primeras filtraciones de agua del mar. Coincide con una huelga, no hay mantenimiento y la cosa va a más.
En 1912 otra gran huelga, de un año de duración, condena definitivamente a la mina. El carbón de las cuencas mineras ya se explotaba a pleno rendimiento pero Arnao se muere sola, acosada por el mar, y abandonada por los mineros en busca de mejores condiciones laborales. La Real Compañía, que trató por todos los medios de mantener activa Arnao, se ve obligada a mirar a otras vetas (en 1925 compraría el pozu San Luis, por citar una operación de gran fuste).
Paradojas del destino. Unos meses después de que el castillete de Arnao fuera rehabilitado con su cubierta de escamas de zinc, en 1902, la mina entró en barrena. Fue una explotación complicada pero a la que se le sacó amplio rendimiento. Esas 40.000 toneladas anuales de carbón iban directas a los hornos de la fábrica de zinc, aunque no abastecía todas las necesidades. Para obtener una tonelada de zinc se necesitan siete toneladas de carbón. Las cuentas de producción no salían, por lo que es seguro que la fábrica de la Real Compañía compraba carbón foráneo.
Desde 1915 hasta hace apenas unos meses la mina permaneció cerrada y sellada. Curiosamente la muerte de la mina no supuso el derrumbe de su entorno, Los antiguos talleres se convirtieron en zona de ocio obrero, con salas de billar y biblioteca. Otra sala hizo de cine. La fábrica, lo que después fue la actual Asturiana de Zinc, seguía existiendo, cada vez con mayor ímpetu industrial. Junto al castillete de Arnao hay viviendas, levantadas sobre la antigua sala de máquinas, y las casinas del entorno en primera línea del mar tuvieron también relación con el personal de la fábrica. Incluso en la trastienda de la mina funcionó hasta hace unos años un restaurante que daba vidilla a la zona.
Desde la ría de Avilés a la ría del Nalón, esa franja costera fue de algún modo un coto privado de la Real Compañía, incluida la playa de Salinas, hoy kilómetro cero de un complejo residencial, pero en su día -y no hace tanto- un arenal improductivo.
En el interior de la mina muchas de las paredes permanecen recubiertas de ladrillo, caso insólito. Arnao fue la primera mina de España que usó el aire comprimido para el sistema de desagüe, en 1874. Era una mina sin grisú, pero con carbón autocombustible.
Guillermo Laíne recuerda que «cuando abrimos la mina, después de tanto tiempo cerrada, lo primero que encontramos fue una avalancha de agua». El arqueólogo Iván Muñiz tiene presente en su memoria la experiencia en aquella mina, reabierta por la Brigada de Salvamento Minero en 2009 «oscura y en el más completo silencio». Fue como penetrar en una tumba.
La Historia, así en plural, está llena de guiños. El primer «agujero» en Arnao se abre a finales del XVI como estrategia real frente al carbón de Flandes. Dos siglos y medio más tarde, en 1849, dos ingenieros de minas belgas, precisamente belgas, son los que remueven el proyecto y lo ponen en marcha.
«Eleonore» es testigo mudo de aquel ambicioso intento. «Eleonore» es el nombre de una de las dos locomotoras utilizadas durante décadas para el transporte del carbón desde la playa a la fábrica. Fue restaurada en el Museo del Ferrocarril y la Industria, en Gijón, y pronto volverá a sus orígenes para presidir el espacio verde que sirve de antesala a la entrada de la mina. «Eleonore», nombre que toma de la hermana de uno de los ingenieros fundadores, es un símbolo, el viejo metal recuperado para que las nuevas generaciones no olviden.
El museo de la mina de Arnao, que se abrirá este verano, cuenta con fondos europeos y del Ayuntamiento de Castrillón. El antiguo taller será el centro de interpretación. Toda información es buena pero a Arnao hay que interpretarla desde los sentimientos.
En las entrañas de la mina, entre el ruido de los trabajos, Guillermo Laíne e Iván Muñiz se imaginan el «pavor» de las primeras generaciones de mineros que explotaron Arnao en la primera mitad del XIX (y qué decir de los que lo hicieron a finales del XVI). «Es que aquella gente no era minera, sino campesina y marinera. Para ellos, trabajar dentro de la tierra debía ser tabú». Sus herramientas eran prácticamente las mismas que en las del laboreo agrícola.
En pocos meses, tras Arnao, la Real Compañía Asturiana de Minas abre Reocín y La Florida, en Cantabria, creando una especie de ruta cantábrica del zinc. La Florida es la actual mina de El Soplao, un prodigio de formación calcárea único en el mundo. Pero Reocín y La Florida eran más fáciles de trabajar que Arnao. El principio del fin llega en 1903 cuando se detectan las primeras filtraciones de agua del mar. Coincide con una huelga, no hay mantenimiento y la cosa va a más.
En 1912 otra gran huelga, de un año de duración, condena definitivamente a la mina. El carbón de las cuencas mineras ya se explotaba a pleno rendimiento pero Arnao se muere sola, acosada por el mar, y abandonada por los mineros en busca de mejores condiciones laborales. La Real Compañía, que trató por todos los medios de mantener activa Arnao, se ve obligada a mirar a otras vetas (en 1925 compraría el pozu San Luis, por citar una operación de gran fuste).
Paradojas del destino. Unos meses después de que el castillete de Arnao fuera rehabilitado con su cubierta de escamas de zinc, en 1902, la mina entró en barrena. Fue una explotación complicada pero a la que se le sacó amplio rendimiento. Esas 40.000 toneladas anuales de carbón iban directas a los hornos de la fábrica de zinc, aunque no abastecía todas las necesidades. Para obtener una tonelada de zinc se necesitan siete toneladas de carbón. Las cuentas de producción no salían, por lo que es seguro que la fábrica de la Real Compañía compraba carbón foráneo.
Desde 1915 hasta hace apenas unos meses la mina permaneció cerrada y sellada. Curiosamente la muerte de la mina no supuso el derrumbe de su entorno, Los antiguos talleres se convirtieron en zona de ocio obrero, con salas de billar y biblioteca. Otra sala hizo de cine. La fábrica, lo que después fue la actual Asturiana de Zinc, seguía existiendo, cada vez con mayor ímpetu industrial. Junto al castillete de Arnao hay viviendas, levantadas sobre la antigua sala de máquinas, y las casinas del entorno en primera línea del mar tuvieron también relación con el personal de la fábrica. Incluso en la trastienda de la mina funcionó hasta hace unos años un restaurante que daba vidilla a la zona.
Desde la ría de Avilés a la ría del Nalón, esa franja costera fue de algún modo un coto privado de la Real Compañía, incluida la playa de Salinas, hoy kilómetro cero de un complejo residencial, pero en su día -y no hace tanto- un arenal improductivo.
En el interior de la mina muchas de las paredes permanecen recubiertas de ladrillo, caso insólito. Arnao fue la primera mina de España que usó el aire comprimido para el sistema de desagüe, en 1874. Era una mina sin grisú, pero con carbón autocombustible.
Guillermo Laíne recuerda que «cuando abrimos la mina, después de tanto tiempo cerrada, lo primero que encontramos fue una avalancha de agua». El arqueólogo Iván Muñiz tiene presente en su memoria la experiencia en aquella mina, reabierta por la Brigada de Salvamento Minero en 2009 «oscura y en el más completo silencio». Fue como penetrar en una tumba.
La Historia, así en plural, está llena de guiños. El primer «agujero» en Arnao se abre a finales del XVI como estrategia real frente al carbón de Flandes. Dos siglos y medio más tarde, en 1849, dos ingenieros de minas belgas, precisamente belgas, son los que remueven el proyecto y lo ponen en marcha.
«Eleonore» es testigo mudo de aquel ambicioso intento. «Eleonore» es el nombre de una de las dos locomotoras utilizadas durante décadas para el transporte del carbón desde la playa a la fábrica. Fue restaurada en el Museo del Ferrocarril y la Industria, en Gijón, y pronto volverá a sus orígenes para presidir el espacio verde que sirve de antesala a la entrada de la mina. «Eleonore», nombre que toma de la hermana de uno de los ingenieros fundadores, es un símbolo, el viejo metal recuperado para que las nuevas generaciones no olviden.
El museo de la mina de Arnao, que se abrirá este verano, cuenta con fondos europeos y del Ayuntamiento de Castrillón. El antiguo taller será el centro de interpretación. Toda información es buena pero a Arnao hay que interpretarla desde los sentimientos.
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