ÁNGEL GARRALDA «Tú eres la roca de nuestro refugio, tú eres el baluarte de nuestra fe», dice el salmo.
Tú, Peñón de Raíces, junto a Salinas, eres la proa de la fe de un pueblo que lucha contra las embestidas del mar porque suele traer corsarios enemigos de la fe. Y en lo alto, el castillo de Gauzón desafiante, cuyos cimientos, hoy descubiertos por expertos arqueólogos, son testigo de una historia sellada en legajos desde la más alta Edad Media. Y ahí, a la sombra del Peñón, un rincón cargado de historia que, con todo derecho se llama Raíces; Raíces de nuestro devenir secular, viejo tesoro que para sí quisieran con orgullo otros pueblos.
Castillo primero, tal vez romano, en ruinas que restauró el rey cristiano Alfonso III, que por algo se llamó «el Magno». Castillo reconstruido con sentido de perfecta relación entre Iglesia y Estado, cuando la media luna dejó paso a la noche, porque en España amanecía la alborada anunciando un día de sol radiante.
Aquí nace el laicismo positivo de las buenas relaciones entre ambas potestades, y como signo de afecto cordial, el signo de la cruz de roble de Pelayo se reviste de oro y piedras preciosas en el mejor taller de orfebrería instalado por el rey Alfonso en el castillo sobre el Peñón de Raíces, como testifica la Cruz en su reverso. Y dos templos, la iglesia de San Salvador que está «dentro del recinto del Castillo sobre el Peñón» y la de Santa María, que está «fuera del castillo», al pie del Peñón. Todo ello donación testamentaria del rey Alfonso III a la Iglesia ovetense.
Aquí donde la tierra se deja besar por las olas del mar a la sombra frondosa del acantilado, como retablo de la naturaleza y atalaya vigilante del inmenso mar, defendiendo el puerto natural de Avilés que es el de la monarquía astur con sede en Oviedo; aquí, donde la tierra gritó «mar» tras la primera batalla ganada en la Reconquista, anticipo de otro grito, cuando después de siete siglos, nuestros marinos, ¡regalo de Dios! gritaron desde el mar «¡Tierra!»; aquí, desde la cruz de Pelayo hasta la cruz que plantó Colón en el nuevo mundo; desde la capilla de la Luz en Raíces a la Virgen de la Leche y el Buen Parto que el espíritu de Pedro Menéndez de Avilés, el gran marino del siglo XVI, plantó en San Agustín de La Florida.
Todo comenzó aquí en Raíces, rincón cargado de historia, cuando la oración contemplativa y la espada de la Orden Militar de Santiago se hizo dueña de la paz, defendiendo al peregrino camino de Compostela; cuando los franciscos de estricta observancia vivieron pobres entre los juncales de estos arenales desde 1420 a 1483 a la sombra de un claustro románico tardío; cuando los mercedarios llegados de Valladolid el año 1843 comenzaron sus veredas mendigando limosnas para redención de cautivos hasta fines del siglo XVII, que se trasladan a Sabugo, extramuros de Avilés.
Pero todo quedó desamparado en el mayor abandono tras el salvajismo de la desamortización. El castillo de Gauzón, sin sentido defensivo, se desmorona a pedazos; los inmuebles propiedad de la Orden de Santiago se convierten en tejado hundido del templo de Santa María y las tres arcadas románicas en pared medianera de dos cuadras, y las fachadas de conventos de franciscanos y mercedarios servirán de viviendas particulares y pajares.
Todo ello, hoy ha sido descubierto, tal como se lo suplicamos hace exactamente 38 años, gracias al tesón del Ayuntamiento de Castrillón. Ahí podemos contemplar las portadas de grandes dovelas, con sus escudos del patrono González de Oviedo y de la Merced. Se ha estudiado toda la documentación existente siglo tras siglo señalando siempre el Peñón de Raíces como asiento del castillo de Gauzón. Y hemos vuelto al principio, cuando el orfebre por medio de Alfonso III el Magno obsequia a la catedral de Oviedo la maravilla de la Cruz de la Victoria el año 908; cuando las dunas no existían y las olas del mar se estrellaban contra la roca del Peñón; cuando faltan siglos para que Jovellanos contemple la lengua de mar penetrando en marea alta por la Maruca hasta el pie del Peñón.
Aquí Alfonso III, como otro Moisés, levantó su brazo con la enseña de la Cruz, brillante con perlas preciosas injertadas en oro, porque todo es poco para Dios. Por eso hemos vuelto a este lugar privilegiado presididos por nuestro arzobispo don Carlos Osoro el día 5 de octubre, a darle gracias a Dios con ocasión de los 1.100 años de la Cruz de la Victoria. Los que sabemos por la fe que por la senda del olvido de Dios nunca podremos tener esperanza de conseguir panes y racimos, sí sabemos que por el camino de la Cruz llegaremos a la región de la Luz. Nos lo dice Santa María de Raíces, que tenía adosada la capilla de la Virgen de la Luz; nos lo dice ese Peñón donde se asentó la basílica de San Salvador.
¡Peñón de Raíces! Cuando el castillo llevado sobre tus hombros dejó de ser frontera de guerra se fue cayendo a pedazos. Sólo quedan los cimientos como testimonio, ahora descubiertos por expertos arqueólogos con paciencia benedictina. Pero tú, Peñón, no eres un muñón de la historia que pasó. Tú no te has movido un milímetro de tu puesto. El que se ha movido es el mar con su retirada de medio kilómetro forzado por las dunas traídas con vientos de siglos. Tú, Peñón, permaneciste fuel, testigo de la fortaleza de la Cruz. La Cruz que nos asegura con letras de oro en su reverso que con ella se defiende España del enemigo. La Cruz que Asturias guarda con fidelidad a pesar de tantos lamentables pesares, en su Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Déjame cantarte con fervor: «¡Victoria tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás!».
Tú, Peñón de Raíces, junto a Salinas, eres la proa de la fe de un pueblo que lucha contra las embestidas del mar porque suele traer corsarios enemigos de la fe. Y en lo alto, el castillo de Gauzón desafiante, cuyos cimientos, hoy descubiertos por expertos arqueólogos, son testigo de una historia sellada en legajos desde la más alta Edad Media. Y ahí, a la sombra del Peñón, un rincón cargado de historia que, con todo derecho se llama Raíces; Raíces de nuestro devenir secular, viejo tesoro que para sí quisieran con orgullo otros pueblos.
Castillo primero, tal vez romano, en ruinas que restauró el rey cristiano Alfonso III, que por algo se llamó «el Magno». Castillo reconstruido con sentido de perfecta relación entre Iglesia y Estado, cuando la media luna dejó paso a la noche, porque en España amanecía la alborada anunciando un día de sol radiante.
Aquí nace el laicismo positivo de las buenas relaciones entre ambas potestades, y como signo de afecto cordial, el signo de la cruz de roble de Pelayo se reviste de oro y piedras preciosas en el mejor taller de orfebrería instalado por el rey Alfonso en el castillo sobre el Peñón de Raíces, como testifica la Cruz en su reverso. Y dos templos, la iglesia de San Salvador que está «dentro del recinto del Castillo sobre el Peñón» y la de Santa María, que está «fuera del castillo», al pie del Peñón. Todo ello donación testamentaria del rey Alfonso III a la Iglesia ovetense.
Aquí donde la tierra se deja besar por las olas del mar a la sombra frondosa del acantilado, como retablo de la naturaleza y atalaya vigilante del inmenso mar, defendiendo el puerto natural de Avilés que es el de la monarquía astur con sede en Oviedo; aquí, donde la tierra gritó «mar» tras la primera batalla ganada en la Reconquista, anticipo de otro grito, cuando después de siete siglos, nuestros marinos, ¡regalo de Dios! gritaron desde el mar «¡Tierra!»; aquí, desde la cruz de Pelayo hasta la cruz que plantó Colón en el nuevo mundo; desde la capilla de la Luz en Raíces a la Virgen de la Leche y el Buen Parto que el espíritu de Pedro Menéndez de Avilés, el gran marino del siglo XVI, plantó en San Agustín de La Florida.
Todo comenzó aquí en Raíces, rincón cargado de historia, cuando la oración contemplativa y la espada de la Orden Militar de Santiago se hizo dueña de la paz, defendiendo al peregrino camino de Compostela; cuando los franciscos de estricta observancia vivieron pobres entre los juncales de estos arenales desde 1420 a 1483 a la sombra de un claustro románico tardío; cuando los mercedarios llegados de Valladolid el año 1843 comenzaron sus veredas mendigando limosnas para redención de cautivos hasta fines del siglo XVII, que se trasladan a Sabugo, extramuros de Avilés.
Pero todo quedó desamparado en el mayor abandono tras el salvajismo de la desamortización. El castillo de Gauzón, sin sentido defensivo, se desmorona a pedazos; los inmuebles propiedad de la Orden de Santiago se convierten en tejado hundido del templo de Santa María y las tres arcadas románicas en pared medianera de dos cuadras, y las fachadas de conventos de franciscanos y mercedarios servirán de viviendas particulares y pajares.
Todo ello, hoy ha sido descubierto, tal como se lo suplicamos hace exactamente 38 años, gracias al tesón del Ayuntamiento de Castrillón. Ahí podemos contemplar las portadas de grandes dovelas, con sus escudos del patrono González de Oviedo y de la Merced. Se ha estudiado toda la documentación existente siglo tras siglo señalando siempre el Peñón de Raíces como asiento del castillo de Gauzón. Y hemos vuelto al principio, cuando el orfebre por medio de Alfonso III el Magno obsequia a la catedral de Oviedo la maravilla de la Cruz de la Victoria el año 908; cuando las dunas no existían y las olas del mar se estrellaban contra la roca del Peñón; cuando faltan siglos para que Jovellanos contemple la lengua de mar penetrando en marea alta por la Maruca hasta el pie del Peñón.
Aquí Alfonso III, como otro Moisés, levantó su brazo con la enseña de la Cruz, brillante con perlas preciosas injertadas en oro, porque todo es poco para Dios. Por eso hemos vuelto a este lugar privilegiado presididos por nuestro arzobispo don Carlos Osoro el día 5 de octubre, a darle gracias a Dios con ocasión de los 1.100 años de la Cruz de la Victoria. Los que sabemos por la fe que por la senda del olvido de Dios nunca podremos tener esperanza de conseguir panes y racimos, sí sabemos que por el camino de la Cruz llegaremos a la región de la Luz. Nos lo dice Santa María de Raíces, que tenía adosada la capilla de la Virgen de la Luz; nos lo dice ese Peñón donde se asentó la basílica de San Salvador.
¡Peñón de Raíces! Cuando el castillo llevado sobre tus hombros dejó de ser frontera de guerra se fue cayendo a pedazos. Sólo quedan los cimientos como testimonio, ahora descubiertos por expertos arqueólogos con paciencia benedictina. Pero tú, Peñón, no eres un muñón de la historia que pasó. Tú no te has movido un milímetro de tu puesto. El que se ha movido es el mar con su retirada de medio kilómetro forzado por las dunas traídas con vientos de siglos. Tú, Peñón, permaneciste fuel, testigo de la fortaleza de la Cruz. La Cruz que nos asegura con letras de oro en su reverso que con ella se defiende España del enemigo. La Cruz que Asturias guarda con fidelidad a pesar de tantos lamentables pesares, en su Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Déjame cantarte con fervor: «¡Victoria tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás!».
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