Archivado en (Los episodios avilesinos) por albertodelrio el 23-06-2013
El poeta Antonio Machado rimaba entusiasmado, rememorando un viaje en tren por ‘Campos de Castilla’, de esta guisa: «El tren camina y camina / y la máquina resuella / y tose con tos ferina / ¡Vamos en una centella!».
En Avilés también todo empezó a ir muy rápido desde aquel domingo 6 de julio de 1890, cuando llegó el tren por primera vez. Fue la señal para que, como una centella, se disparase una red de caminos de hierro, por las calles del centro de la ciudad y poblaciones de alrededores. Llegaba el tranvía.
El tren siempre ha tenido ese halo de fascinación, tan de libro y de cine. Y en eso le sigue el tranvía, que al fin y al cabo es un tren de andar por casa y a los escritores les suele invitar a la nostalgia, exceptuando casos como el de Armando Palacio Valdés, que se fracturó una cadera al bajar de un tranvía, cosa que, la verdad, no da para romanticismos.
Sépase que el primer tranvía de Asturias, funcionó en Avilés, a partir de 1893. Era de vapor y su pequeña locomotora ‘lucía’ un gigantesco y asfixiante penacho de humo marrón. Era ‘La Chocolatera’. Sus cinco kilómetros de vía, unían la Villa del Adelantado con Salinas, siguiendo lo que hoy es carretera nacional.
Pero el tranvía fetén, el clásico, era el eléctrico. Y comenzó a funcionar el domingo 20 de febrero de 1921. Quédense con esta fecha que hay confusión, cosa fina, con ella.
Ese día y después de los obligados actos protocolarios, ante el Ayuntamiento, ya entró en funcionamiento el tramo Salinas-San Juan de Nieva-Avilés-La Texera.
Posteriormente fueron entrando los demás: el 15 de enero de 1922 lo hizo el de Salinas-Arnao y el 12 de febrero el que unía La Texera con Villalegre. Finalmente, el 19 de agosto de 1923, el de Arnao-Piedras Blancas.
Desde los extremos del recorrido, la parada de El Foco, en Villalegre –entonces barrio residencial de mucho pisto– hasta la de Casa Zapico, en Piedras Blancas, el trazado de vía se acercaba a los 15 kilómetros y el tiempo utilizado en recorrerlos era de hora y media.
El tranvía (en un viaje virtual, partiendo de Villalegre, sin citar las paradas) pasaba por Los Canapés y atravesaba el casco urbano de Avilés: calle Rivero (encajonado), El Parche (encantado), calle La Cámara (acojonado, por el despendole bajando y abrumado por la fatiga subiendo), giraba 90 grados (con cierto ‘canguele’) a La Muralla y volvía a hacerlo (cuidadín, cuidadín… otra vez) para llegar al paseo del parque del Muelle donde tenía parada, y ’fonda’ si quería el viajero (‘Casa Máximo’, el ‘Santander’, etc.). Cruzaba luego el paso a nivel de Larrañaga, para enfilar la gran recta por la carretera de San Juan, llegar a la dársena portuaria y continuar hasta Salinas, por el antiguo y maravilloso pinar. Posteriormente, y paralelo a la playa, atravesaba el túnel para llegar a Arnao y finalmente a Piedras Blancas.
El tramo Avilés-Arnao, era fundamental para el traslado de los trabajadores –de la Real Compañía y portuarios de San Juan– quienes tenían un bono especial. Los domingos era muy utilizado, gran parte del año, por los aficionados al fútbol, mientras el campo del Real Avilés estuvo en Las Arobias (que fue hasta la mitad del siglo XX). Los domingos también, y por el verano, y con hasta cuatro vagones-jardineras, iba a hasta los topes con usuarios de las playas, principalmente, de San Juan y Salinas.
El tranvía eléctrico, primer medio de transporte colectivo comarcal, significó avance y progreso. Tenía chispa y era alegre y divertido, o sea marchoso. Hasta que los autobuses entraron en danza y el domingo 31 de diciembre de 1960 el tranvía capotó. Sus unidades ocupaban mucho espacio en unas calles que reclamaban miles de automóviles. La chispa de los troles era derrotada por los tubos de escape, o sea veneno por un tubo.
El tren llegó un domingo a Avilés, día de la semana en que también comenzó a circular el tranvía y, nuevamente domingo, cuando dejó de hacerlo.
Y domingo es hoy, cuando publico este episodio, donde anda suelta la nostalgia de mis domingos infantiles, asociada al binomio tranvía-playa, Avilés-Salinas (cuarenta minutos de trayecto). Entonces era más niño que ahora, aunque más bajín. Y más ingenuo, que ya es decir.
Entonces no imaginaba que los tranvías volverían, como lo están haciendo últimamente, a las ciudades de Europa.
Y mola.
En Avilés también todo empezó a ir muy rápido desde aquel domingo 6 de julio de 1890, cuando llegó el tren por primera vez. Fue la señal para que, como una centella, se disparase una red de caminos de hierro, por las calles del centro de la ciudad y poblaciones de alrededores. Llegaba el tranvía.
El tren siempre ha tenido ese halo de fascinación, tan de libro y de cine. Y en eso le sigue el tranvía, que al fin y al cabo es un tren de andar por casa y a los escritores les suele invitar a la nostalgia, exceptuando casos como el de Armando Palacio Valdés, que se fracturó una cadera al bajar de un tranvía, cosa que, la verdad, no da para romanticismos.
Sépase que el primer tranvía de Asturias, funcionó en Avilés, a partir de 1893. Era de vapor y su pequeña locomotora ‘lucía’ un gigantesco y asfixiante penacho de humo marrón. Era ‘La Chocolatera’. Sus cinco kilómetros de vía, unían la Villa del Adelantado con Salinas, siguiendo lo que hoy es carretera nacional.
Pero el tranvía fetén, el clásico, era el eléctrico. Y comenzó a funcionar el domingo 20 de febrero de 1921. Quédense con esta fecha que hay confusión, cosa fina, con ella.
Ese día y después de los obligados actos protocolarios, ante el Ayuntamiento, ya entró en funcionamiento el tramo Salinas-San Juan de Nieva-Avilés-La Texera.
Posteriormente fueron entrando los demás: el 15 de enero de 1922 lo hizo el de Salinas-Arnao y el 12 de febrero el que unía La Texera con Villalegre. Finalmente, el 19 de agosto de 1923, el de Arnao-Piedras Blancas.
Desde los extremos del recorrido, la parada de El Foco, en Villalegre –entonces barrio residencial de mucho pisto– hasta la de Casa Zapico, en Piedras Blancas, el trazado de vía se acercaba a los 15 kilómetros y el tiempo utilizado en recorrerlos era de hora y media.
El tranvía (en un viaje virtual, partiendo de Villalegre, sin citar las paradas) pasaba por Los Canapés y atravesaba el casco urbano de Avilés: calle Rivero (encajonado), El Parche (encantado), calle La Cámara (acojonado, por el despendole bajando y abrumado por la fatiga subiendo), giraba 90 grados (con cierto ‘canguele’) a La Muralla y volvía a hacerlo (cuidadín, cuidadín… otra vez) para llegar al paseo del parque del Muelle donde tenía parada, y ’fonda’ si quería el viajero (‘Casa Máximo’, el ‘Santander’, etc.). Cruzaba luego el paso a nivel de Larrañaga, para enfilar la gran recta por la carretera de San Juan, llegar a la dársena portuaria y continuar hasta Salinas, por el antiguo y maravilloso pinar. Posteriormente, y paralelo a la playa, atravesaba el túnel para llegar a Arnao y finalmente a Piedras Blancas.
El tramo Avilés-Arnao, era fundamental para el traslado de los trabajadores –de la Real Compañía y portuarios de San Juan– quienes tenían un bono especial. Los domingos era muy utilizado, gran parte del año, por los aficionados al fútbol, mientras el campo del Real Avilés estuvo en Las Arobias (que fue hasta la mitad del siglo XX). Los domingos también, y por el verano, y con hasta cuatro vagones-jardineras, iba a hasta los topes con usuarios de las playas, principalmente, de San Juan y Salinas.
El tranvía eléctrico, primer medio de transporte colectivo comarcal, significó avance y progreso. Tenía chispa y era alegre y divertido, o sea marchoso. Hasta que los autobuses entraron en danza y el domingo 31 de diciembre de 1960 el tranvía capotó. Sus unidades ocupaban mucho espacio en unas calles que reclamaban miles de automóviles. La chispa de los troles era derrotada por los tubos de escape, o sea veneno por un tubo.
El tren llegó un domingo a Avilés, día de la semana en que también comenzó a circular el tranvía y, nuevamente domingo, cuando dejó de hacerlo.
Y domingo es hoy, cuando publico este episodio, donde anda suelta la nostalgia de mis domingos infantiles, asociada al binomio tranvía-playa, Avilés-Salinas (cuarenta minutos de trayecto). Entonces era más niño que ahora, aunque más bajín. Y más ingenuo, que ya es decir.
Entonces no imaginaba que los tranvías volverían, como lo están haciendo últimamente, a las ciudades de Europa.
Y mola.
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