Archivado en (Los episodios avilesinos)por albertodelrio on 29-07-2012
Entre lo escrito por los cronistas, lo que cuentan las leyendas y la deducción de la ciencias, la –mayúscula– Ría de Avilés, parece que era como un embudo, dicho sea con perdón.
Las embarcaciones disponían de una entrada que iba desde donde la península de Nieva, hasta el gran castillo (castrillón) del peñón de Raíces, donde se labró la Cruz de la Victoria, símbolo de Asturias.
Luego, el estuario comenzaba, a estrecharse y caracoleaba, durante unas millas inacabables, entre arenales sinuosos, hasta llegar al puerto situado (desde hace unos mil años) a pie de la iglesia consagrada –y quédense con el dato– a San Nicolás de Bari (santo al que los anglosajones han popularizado como Santa Claus, portador de generosos regalos).
Durante la Edad Media, por el siglo XIV, el de Avilés fue el puerto más importante (olvídense de Bilbao, Gijón o La Coruña) de la costa norte, atlántica, de la península ibérica.
Con tráfico internacional, comerciaba principalmente con el de La Rochelle, el más destacado de la costa occidental atlántica francesa, donde también los barcos atracaban a pie de una iglesia consagrada a San Nicolás de Bari (universalmente celebrado como Santa Claus).
Durante siglos –y a efectos navegables– la Ría comenzaba en San Juan y terminaba en San Nicolás. Hoy lo hace en San Agustín (dársena) y entre ambos puntos náuticos, de referencia, está San Balandrán y la Virgen de las Mareas. E incluso ‘brotó’, en los muelles, el templo de la Virgen del Carmen, en1944, acosta del apoquinado de los buques que atracaban en el puerto.
Y hasta aquí la teoría de la ‘Santificada Ría de Avilés’.
Que luego está la de “La Foca Precursora”. Basada en aquellos tiempos en que Avilés, doblando la mitad de la centuria pasada –una pasada de centuria– contempló perpleja como atracaba una foca en el muelle local, que estaba sumido en el tráfago infernal de la instalación, en su entorno, de enormes empresas como Inespal (hoy Alcoa), Cristalería (Saint-Gobain), Asturiana de Zinc (Azsa), y sobre todo aquel desmadre siderúrgico, de trece Km. de largo, llamado Ensidesa (hoy Arcelor-Mittal).
‘La foca hizo posible aquello’, afirman los defensores de esta teoría, y alegan que no es casual que se hubiera hecho pedazos la lógica mercantil y que hubiesen florecido –al mismo tiempo– tal cantidad de selvas fabriles, hoy un mimado (lagarto, lagarto) jardín de multinacionales.
Dicen, los exotéricos, que no conviene tomar esto a broma, que estas cosas las carga el diablo. De hecho la foca tiene un monumento en el parque más clásico de Avilés, contiguo al de un histórico marino, bien armado –de espada– conocido como Pedro Menéndez de Avilés, fundador –en 1565– de la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América.
La estatua –que ya me dirán que ciudad tiene tal reconocimiento a una foca, sin bigotes, por cierto– causa admiración entre los miles de turistas que visitan Avilés, que la fotografían compulsivamente, e incluso algunos se cabrean por lo inexplicable.
Y no es de extrañar, porque se conjugan tal cantidad de fenómenos, anormales, en este asunto de la foca, que conviene enfocarlo como se merece, en episodio aparte.
Mientras tanto, no olviden una realidad intangible: en la Ría de Avilés hay de todo. Desde monumentos naturales, como Llodero, hasta restos de playas de arena, como la del legendario San Balandrán, o de dura piedra como El Arañón.
Y un tinglado enorme de muelles a babor y a estribor. Industriales, pesqueros, deportivos y ahora uno reciente –en popa– de pasajeros, decorado a la moda japonesa.
Factorías de todo tipo. Desde culturales –marca Niemeyer– hasta metalúrgicas de zinc, aluminio o acero. Dos dársenas, una a la entrada (San Juan) y otra al fondo (San Agustín). Y no olviden que en Avilés está anclado el quinto puerto pesquero de España.
Mientras tanto, y desde hace miles de años, el estuario sigue con su inalterable movimiento, periódico y alternativo, de ascenso y descenso de las aguas del mar debido a las atracciones combinadas del sol y de la luna. Mareas como Dios manda.
Aparte de eso, la de Avilés es un Ría de ley y desorden maravilloso. Sublime.
Entre lo escrito por los cronistas, lo que cuentan las leyendas y la deducción de la ciencias, la –mayúscula– Ría de Avilés, parece que era como un embudo, dicho sea con perdón.
Las embarcaciones disponían de una entrada que iba desde donde la península de Nieva, hasta el gran castillo (castrillón) del peñón de Raíces, donde se labró la Cruz de la Victoria, símbolo de Asturias.
Luego, el estuario comenzaba, a estrecharse y caracoleaba, durante unas millas inacabables, entre arenales sinuosos, hasta llegar al puerto situado (desde hace unos mil años) a pie de la iglesia consagrada –y quédense con el dato– a San Nicolás de Bari (santo al que los anglosajones han popularizado como Santa Claus, portador de generosos regalos).
Durante la Edad Media, por el siglo XIV, el de Avilés fue el puerto más importante (olvídense de Bilbao, Gijón o La Coruña) de la costa norte, atlántica, de la península ibérica.
Con tráfico internacional, comerciaba principalmente con el de La Rochelle, el más destacado de la costa occidental atlántica francesa, donde también los barcos atracaban a pie de una iglesia consagrada a San Nicolás de Bari (universalmente celebrado como Santa Claus).
Durante siglos –y a efectos navegables– la Ría comenzaba en San Juan y terminaba en San Nicolás. Hoy lo hace en San Agustín (dársena) y entre ambos puntos náuticos, de referencia, está San Balandrán y la Virgen de las Mareas. E incluso ‘brotó’, en los muelles, el templo de la Virgen del Carmen, en1944, acosta del apoquinado de los buques que atracaban en el puerto.
Y hasta aquí la teoría de la ‘Santificada Ría de Avilés’.
Que luego está la de “La Foca Precursora”. Basada en aquellos tiempos en que Avilés, doblando la mitad de la centuria pasada –una pasada de centuria– contempló perpleja como atracaba una foca en el muelle local, que estaba sumido en el tráfago infernal de la instalación, en su entorno, de enormes empresas como Inespal (hoy Alcoa), Cristalería (Saint-Gobain), Asturiana de Zinc (Azsa), y sobre todo aquel desmadre siderúrgico, de trece Km. de largo, llamado Ensidesa (hoy Arcelor-Mittal).
‘La foca hizo posible aquello’, afirman los defensores de esta teoría, y alegan que no es casual que se hubiera hecho pedazos la lógica mercantil y que hubiesen florecido –al mismo tiempo– tal cantidad de selvas fabriles, hoy un mimado (lagarto, lagarto) jardín de multinacionales.
Dicen, los exotéricos, que no conviene tomar esto a broma, que estas cosas las carga el diablo. De hecho la foca tiene un monumento en el parque más clásico de Avilés, contiguo al de un histórico marino, bien armado –de espada– conocido como Pedro Menéndez de Avilés, fundador –en 1565– de la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América.
La estatua –que ya me dirán que ciudad tiene tal reconocimiento a una foca, sin bigotes, por cierto– causa admiración entre los miles de turistas que visitan Avilés, que la fotografían compulsivamente, e incluso algunos se cabrean por lo inexplicable.
Y no es de extrañar, porque se conjugan tal cantidad de fenómenos, anormales, en este asunto de la foca, que conviene enfocarlo como se merece, en episodio aparte.
Mientras tanto, no olviden una realidad intangible: en la Ría de Avilés hay de todo. Desde monumentos naturales, como Llodero, hasta restos de playas de arena, como la del legendario San Balandrán, o de dura piedra como El Arañón.
Y un tinglado enorme de muelles a babor y a estribor. Industriales, pesqueros, deportivos y ahora uno reciente –en popa– de pasajeros, decorado a la moda japonesa.
Factorías de todo tipo. Desde culturales –marca Niemeyer– hasta metalúrgicas de zinc, aluminio o acero. Dos dársenas, una a la entrada (San Juan) y otra al fondo (San Agustín). Y no olviden que en Avilés está anclado el quinto puerto pesquero de España.
Mientras tanto, y desde hace miles de años, el estuario sigue con su inalterable movimiento, periódico y alternativo, de ascenso y descenso de las aguas del mar debido a las atracciones combinadas del sol y de la luna. Mareas como Dios manda.
Aparte de eso, la de Avilés es un Ría de ley y desorden maravilloso. Sublime.
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