Archivado en (Los episodios avilesinos)por albertodelrio on 11-11-2012
Cuesta imaginárselo. Pero hubo un tiempo en que Avilés era solamente una Ría, mayúscula eso si. Luego surgió una villa amurallada de unos 45.000 metros cuadrados (algo así como la mitad del parque Ferrera), y un barrio marinero, extramuros, de nombre Sabugo (donde curaban todo con ‘fervidiellos’ o infusiones de la flor de saúco, que abundaba por allí).
El resto: bosques y más bosques. No había ni Parche, ni Cámara, ni Galiana, ni su tía. Árboles, sólo árboles.
Por allí, por cuando solo había Ría, andaba la primitiva sociedad avilesina con sus ritos, donde tenían un protagonismo importante dos árboles: robles y tejos –que en Asturias también conocemos como carbayos y texos– que destacaban por sus grandes dimensiones.
Avilés no era ajeno a la costumbre de otros pueblos que también consideraban al carbayo un árbol sagrado: los griegos los consagraban al dios Júpiter y las siete colinas de Roma (una de ellas llamada El Quirinal, por cierto) fueron recubiertas de carbayos. Los druidas celtas utilizaban hojas y muérdago del mítico árbol para preparar las pociones utilizadas en sus ceremonias.
Pero dejo de andar por las ramas de los carbayos y cojo la cuestión de que, en Avilés, heredamos el mayor número de topónimos derivados del carbayo del mundo entero.
Empezando por la recoleta plaza del Carbayo, centro del medieval barrio marinero de Sabugo, y llamada así porque tenía plantado un carbayo frente a su iglesia del siglo XIII. Era un homenaje a la madera carbayona, materia prima en la construcción de barcos en las ‘carpinterías de ribera’ –que así se llamaban, entonces, los astilleros– del Campo de Bogaz, situado donde ahora está la estación central de Avilés, y donde se fabricaron multitud de embarcaciones de madera, desde simples barcas hasta galeones durante los siglos XVI al XVIII.
Otra es la espectacular plaza del Carbayedo, situada en la parte alta de la ciudad y famosa históricamente, por su bosque de carbayos, por cobijar durante años la mayor feria de ganado de Asturias. Hoy es un deseado vergel donde se liban vinos, sidras y demás familia.
También están Los Carbayedos, barrio situado en la margen derecha de la ría, donde termina resbalando por una colina para quedar atracado, casi a pie de muelle. Pertenece a la parroquia San Pedro Navarro, donde hay un centro de enseñanza, en cuyo patio se levanta un monumento en memoria de Fernández Carbayeda, histórico maestro de Valliniello.
Y también están: La Carbayeda, pequeño núcleo rural encajado entre Llaranes y Corvera. O Los Carbayos, que es un caserío de San Román de Naveces, muy cerca del aeropuerto.
Y no sigo. Porque entre los topónimos y los nombres de negocios o de apellidos, o motes, relacionados con él, esto se puede convertir en una guía telefónica. La sombra que ha dejado el carbayo, árbol totémico de Avilés, es tan gruesa y alargada como él.
Otra es que la principal exportación que se hizo, durante siglos, por el puerto avilesino fue la maderera y dentro de esa categoría, mayoría de carbayos.
Pero, coime, si en Avilés la madera ha llegado hasta el mismísimo fútbol. No se si estaba de madre o no, pero hasta no hace mucho estuvo compitiendo un equipo de fútbol que llevaba por nombre ‘Histórico Carbayedo’, en el barrio del mismo nombre, claro.
En el de Bustiello hay cuatro calles con la siguiente rotulación: Pino, Laurel, Castaño y Álamo.
El colmo es que hasta tenemos un barrio, sitio o lugar ciudadano, totalmente identificable, llamado el Arbolón. Es un clásico en Avilés, allí al final de Rivero, aunque hoy es Arbolón sin árbol, porque el olmo que le daba nombre se murió –de viejo y ayudado por una tormenta– y en su lugar plantaron un par de edificios en un pís-pás, no fuera a ser que prendiera un arbolín que generara otro arbolón.
Esta abundancia de topónimos vegetales es un termómetro de la importancia que los árboles siempre han tenido aquí y, de paso, otra singularidad Made in Avilés. La marca, el recuerdo que han dejado en el callejero, es algo que difícilmente se encuentra en otra población del mundo entero.
Hoy ya no exportamos madera, no por nada, sino porque casi no nos queda, razón por la que destruir un árbol, en plena ciudad, es una violación social en toda regla.
¿Más madera que es la guerra? Pues claro que sí ¡Jolines!
Cuesta imaginárselo. Pero hubo un tiempo en que Avilés era solamente una Ría, mayúscula eso si. Luego surgió una villa amurallada de unos 45.000 metros cuadrados (algo así como la mitad del parque Ferrera), y un barrio marinero, extramuros, de nombre Sabugo (donde curaban todo con ‘fervidiellos’ o infusiones de la flor de saúco, que abundaba por allí).
El resto: bosques y más bosques. No había ni Parche, ni Cámara, ni Galiana, ni su tía. Árboles, sólo árboles.
Por allí, por cuando solo había Ría, andaba la primitiva sociedad avilesina con sus ritos, donde tenían un protagonismo importante dos árboles: robles y tejos –que en Asturias también conocemos como carbayos y texos– que destacaban por sus grandes dimensiones.
Avilés no era ajeno a la costumbre de otros pueblos que también consideraban al carbayo un árbol sagrado: los griegos los consagraban al dios Júpiter y las siete colinas de Roma (una de ellas llamada El Quirinal, por cierto) fueron recubiertas de carbayos. Los druidas celtas utilizaban hojas y muérdago del mítico árbol para preparar las pociones utilizadas en sus ceremonias.
Pero dejo de andar por las ramas de los carbayos y cojo la cuestión de que, en Avilés, heredamos el mayor número de topónimos derivados del carbayo del mundo entero.
Empezando por la recoleta plaza del Carbayo, centro del medieval barrio marinero de Sabugo, y llamada así porque tenía plantado un carbayo frente a su iglesia del siglo XIII. Era un homenaje a la madera carbayona, materia prima en la construcción de barcos en las ‘carpinterías de ribera’ –que así se llamaban, entonces, los astilleros– del Campo de Bogaz, situado donde ahora está la estación central de Avilés, y donde se fabricaron multitud de embarcaciones de madera, desde simples barcas hasta galeones durante los siglos XVI al XVIII.
Otra es la espectacular plaza del Carbayedo, situada en la parte alta de la ciudad y famosa históricamente, por su bosque de carbayos, por cobijar durante años la mayor feria de ganado de Asturias. Hoy es un deseado vergel donde se liban vinos, sidras y demás familia.
También están Los Carbayedos, barrio situado en la margen derecha de la ría, donde termina resbalando por una colina para quedar atracado, casi a pie de muelle. Pertenece a la parroquia San Pedro Navarro, donde hay un centro de enseñanza, en cuyo patio se levanta un monumento en memoria de Fernández Carbayeda, histórico maestro de Valliniello.
Y también están: La Carbayeda, pequeño núcleo rural encajado entre Llaranes y Corvera. O Los Carbayos, que es un caserío de San Román de Naveces, muy cerca del aeropuerto.
Y no sigo. Porque entre los topónimos y los nombres de negocios o de apellidos, o motes, relacionados con él, esto se puede convertir en una guía telefónica. La sombra que ha dejado el carbayo, árbol totémico de Avilés, es tan gruesa y alargada como él.
Otra es que la principal exportación que se hizo, durante siglos, por el puerto avilesino fue la maderera y dentro de esa categoría, mayoría de carbayos.
Pero, coime, si en Avilés la madera ha llegado hasta el mismísimo fútbol. No se si estaba de madre o no, pero hasta no hace mucho estuvo compitiendo un equipo de fútbol que llevaba por nombre ‘Histórico Carbayedo’, en el barrio del mismo nombre, claro.
En el de Bustiello hay cuatro calles con la siguiente rotulación: Pino, Laurel, Castaño y Álamo.
El colmo es que hasta tenemos un barrio, sitio o lugar ciudadano, totalmente identificable, llamado el Arbolón. Es un clásico en Avilés, allí al final de Rivero, aunque hoy es Arbolón sin árbol, porque el olmo que le daba nombre se murió –de viejo y ayudado por una tormenta– y en su lugar plantaron un par de edificios en un pís-pás, no fuera a ser que prendiera un arbolín que generara otro arbolón.
Esta abundancia de topónimos vegetales es un termómetro de la importancia que los árboles siempre han tenido aquí y, de paso, otra singularidad Made in Avilés. La marca, el recuerdo que han dejado en el callejero, es algo que difícilmente se encuentra en otra población del mundo entero.
Hoy ya no exportamos madera, no por nada, sino porque casi no nos queda, razón por la que destruir un árbol, en plena ciudad, es una violación social en toda regla.
¿Más madera que es la guerra? Pues claro que sí ¡Jolines!
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