Archivado en (Los episodios avilesinos)por albertodelrio on 26-05-2013
Este episodio –cercano a algún relato ‘mágico’ de Gabriel García Márquez– es una originalidad avilesina totalmente cierta y hay una foca, en piedra artificial, que así lo certifica.
En principio debe saberse que Avilés estuvo durante siglos amurallada, entre otras cosas para defenderse de piratas y muy especialmente de los vikingos, nórdicos europeos sumamente crueles.
Pero un día atracó en la Ría (mayúscula) de un Avilés, ya sin murallas, otro animal nórdico, aunque pacífico: una foca. Fue el 5 de diciembre de 1951 cuando la población avilesina sumaba 21.340 habitantes. Pronto subiría como la espuma.
Y es que la arribada de la foca coincidió, en el tiempo, con el inicio de las obras de una gigantesca siderúrgica (ENSIDESA). Cosa que –según la teoría del recordado periodista avilesino, Venancio Ovies– era todo un símbolo (por eso la llamó La Foca Precursora) del gigantesco advenimiento industrial que transformó Avilés de cabo a rabo.
Venancio tuvo la clarividencia, de que lo de la foca era algo más que una anécdota. Tanto fue así, que obtuvo un prestigioso premio nacional de periodismo por sus numerosos relatos sobre este suceso, que atrajo a muchos asturianos que, por entonces, visitaron Avilés por ver a la foca que salía en los periódicos.
Y aunque el simpático y exótico animal se las piró al año siguiente, tan misteriosamente como vino (ni pensar quiero en que alguien se le hubiese vendimiado con patatas fritas), quedó para siempre en el imaginario popular. Fue mascota avilesina en actos festivos, como el multitudinario Descenso del Sella.
Por tanto, no fue extraño que se moldeara su efigie, labor donde parece que intervinieron, teórica y prácticamente: Tomás Abascal, Joaquín Muñiz y Pepe ‘El Roxu’. Pero su ‘entronización’, en 1956, fue caso aparte.
Así lo cuenta Venancio Ovies: «una noche, el grupo conjurado de personas en torno al autor de la obra [se refiere en concreto a José Suárez Vega, conocido como ‘Pepe el de Vicente el Parque’ o como ‘Pepe El Roxu’] y donde se incluían Manolo, popularmente ‘Tiriliti’, ‘Pine’, ‘Pruden’, Víctor ‘el del Yate’, ‘Polchi’ [apodo del popular médico, que también fue concejal, Leopoldo Figueiras López-Ocaña], etcétera, llevó la figura en pagana procesión al Parque [del Muelle], entonces denominado General Sanjurjo, para asentar la foca en un parterre. Todo Avilés agradeció la iniciativa, que no precisó de formulismos oficiales, ni de ‘votaciones democraticas’»
Y así, medio en serio, medio en broma, la foca es actualmente, el más insólito –y divertidamente surreal– de los símbolos avilesinos. Porque ¿que población, en España y parte del extranjero, le ha dedicado un monumento a una foca?
La cosa, naturalmente, les choca a los turistas, que desconcertados preguntan a las/los guías turísticos que les enseñan la ciudad:
- Oiga ¿Pero que hace una foca aquí?
- Parece que es una señal industrial de la ciudad, oiga
- ¡Madre mía! ¿Pero que me dice?
Y automáticamente enfocan sus cámaras e inmortalizan a la foca de Avilés.
Quien le iba a decir a Pedro Menéndez de Avilés, Capitán General de la Mar Océana del Rey Felipe II, y fundador de la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América, cuyo conjunto escultórico preside el parque, que iba a tener como vecina a una pacífica foca boreal, sin bigotes y en piedra artificial. ¿Un cachondeo histórico? No. La vida, oiga. Hágame el favor.
Y la cosa sigue, porque hace poco se produjo un movimiento artístico de trascendencia internacional: el ‘Avilés Seal Parade’. Y, últimamente, exportamos focas ‘Made In Avilés’. Un episodio aparte.
Para que luego algunos estirados tomen, a la historia, poco menos que como ciencia infusa. Estos desenfocados ignoran que, de vez en cuando, es saludable enfocar la vida –y por tanto la historia– satíricamente y hacer que lo derecho se ponga del revés.
Tal, y como, ocurre con la foca de Avilés.
Este episodio –cercano a algún relato ‘mágico’ de Gabriel García Márquez– es una originalidad avilesina totalmente cierta y hay una foca, en piedra artificial, que así lo certifica.
En principio debe saberse que Avilés estuvo durante siglos amurallada, entre otras cosas para defenderse de piratas y muy especialmente de los vikingos, nórdicos europeos sumamente crueles.
Pero un día atracó en la Ría (mayúscula) de un Avilés, ya sin murallas, otro animal nórdico, aunque pacífico: una foca. Fue el 5 de diciembre de 1951 cuando la población avilesina sumaba 21.340 habitantes. Pronto subiría como la espuma.
Y es que la arribada de la foca coincidió, en el tiempo, con el inicio de las obras de una gigantesca siderúrgica (ENSIDESA). Cosa que –según la teoría del recordado periodista avilesino, Venancio Ovies– era todo un símbolo (por eso la llamó La Foca Precursora) del gigantesco advenimiento industrial que transformó Avilés de cabo a rabo.
Venancio tuvo la clarividencia, de que lo de la foca era algo más que una anécdota. Tanto fue así, que obtuvo un prestigioso premio nacional de periodismo por sus numerosos relatos sobre este suceso, que atrajo a muchos asturianos que, por entonces, visitaron Avilés por ver a la foca que salía en los periódicos.
Y aunque el simpático y exótico animal se las piró al año siguiente, tan misteriosamente como vino (ni pensar quiero en que alguien se le hubiese vendimiado con patatas fritas), quedó para siempre en el imaginario popular. Fue mascota avilesina en actos festivos, como el multitudinario Descenso del Sella.
Por tanto, no fue extraño que se moldeara su efigie, labor donde parece que intervinieron, teórica y prácticamente: Tomás Abascal, Joaquín Muñiz y Pepe ‘El Roxu’. Pero su ‘entronización’, en 1956, fue caso aparte.
Así lo cuenta Venancio Ovies: «una noche, el grupo conjurado de personas en torno al autor de la obra [se refiere en concreto a José Suárez Vega, conocido como ‘Pepe el de Vicente el Parque’ o como ‘Pepe El Roxu’] y donde se incluían Manolo, popularmente ‘Tiriliti’, ‘Pine’, ‘Pruden’, Víctor ‘el del Yate’, ‘Polchi’ [apodo del popular médico, que también fue concejal, Leopoldo Figueiras López-Ocaña], etcétera, llevó la figura en pagana procesión al Parque [del Muelle], entonces denominado General Sanjurjo, para asentar la foca en un parterre. Todo Avilés agradeció la iniciativa, que no precisó de formulismos oficiales, ni de ‘votaciones democraticas’»
Y así, medio en serio, medio en broma, la foca es actualmente, el más insólito –y divertidamente surreal– de los símbolos avilesinos. Porque ¿que población, en España y parte del extranjero, le ha dedicado un monumento a una foca?
La cosa, naturalmente, les choca a los turistas, que desconcertados preguntan a las/los guías turísticos que les enseñan la ciudad:
- Oiga ¿Pero que hace una foca aquí?
- Parece que es una señal industrial de la ciudad, oiga
- ¡Madre mía! ¿Pero que me dice?
Y automáticamente enfocan sus cámaras e inmortalizan a la foca de Avilés.
Quien le iba a decir a Pedro Menéndez de Avilés, Capitán General de la Mar Océana del Rey Felipe II, y fundador de la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América, cuyo conjunto escultórico preside el parque, que iba a tener como vecina a una pacífica foca boreal, sin bigotes y en piedra artificial. ¿Un cachondeo histórico? No. La vida, oiga. Hágame el favor.
Y la cosa sigue, porque hace poco se produjo un movimiento artístico de trascendencia internacional: el ‘Avilés Seal Parade’. Y, últimamente, exportamos focas ‘Made In Avilés’. Un episodio aparte.
Para que luego algunos estirados tomen, a la historia, poco menos que como ciencia infusa. Estos desenfocados ignoran que, de vez en cuando, es saludable enfocar la vida –y por tanto la historia– satíricamente y hacer que lo derecho se ponga del revés.
Tal, y como, ocurre con la foca de Avilés.
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