Por Alberto del Río Legazpi (19 de Abril, 2008)
Nuestra salada historia terrestre comienza a mano izquierda según vienes de alta mar y entras por la barra de la ría, que diría Gila. Allí está plantado el faro de Avilés, junto a la playa del Arañón la única -y de cantos rodados- de la villa del Adelantado.
Esta máquina de destellos, me refiero al faro no al Adelantado, es lugar de contrasentidos por su ubicación en territorios fronterizos de burocracias movedizas, ya que está al lado de un pedazo, con perdón, del pueblo de San Juan de Nieva (que está partido en dos por la ría), en terreno municipal de Gozón (o sea de Luanco) y sin embargo se denomina Faro de Avilés. Y tan oficial es este nombre como que hace dos semanas, circularon por toda España miles de décimos de la Lotería Nacional, que venían adornados con la foto del faro avilesino, construido en 1863 y cuya torre tiene una altura de 14 metros. Y lo que dicen los billetes de la Lotería Nacional va tan a misa como lo que viene en el Boletín Oficial del Estado.
El faro está en la proa de la mítica península de Nieva, la inexplorada, por los tesoros que allí hay escondidos y que nos empeñamos -con una gran fuerza de voluntad por nuestra parte- en seguir ignorando.
En este istmo -y en el lugar donde hoy está dicho faro- estuvo ubicado durante siglos un baluarte defensivo, que eufemísticamente se llamó castillo de San Juan de Nieva, aunque en realidad era una simple torre donde se emplazaron cañones, aunque hay quien defiende que -salvo contingencias- solía haber uno solo, vigilante ante el enemigo marítimo que pudiera aparecer.
Y apareció en 1762, por ejemplo. El castillo fue atacado por la tripulación de buques ingleses que lo conquistaron, aunque no pasaron de ahí porque fueron corridos por las tropas avilesinas y emprendieron la huida a todo trapo. Cosa gloriosa aquella. Ya ven por donde este mínimo territorio avilesino es el único que ha sufrido una invasión inglesa y ahí sigue, tan campante y nosotros sin celebrarlo.
Curiosamente el castillo comenzó a derrumbarse a la par que se demolía la legendaria muralla de la villa asturiana, en aquel enorme pelotazo urbanístico que se dio en Avilés en la primera mitad del siglo XIX.
El faro será universalmente conocido cuando Woody Allen estrene su próxima película, ya que aquí rodó hace poco una escena, o secuencia que dirían los viciosos del cine. Y entonces será cuando todo el mundo, a lo mejor se entere de que a 8 millas marinas (cerca de 15 Km..) del faro -y según miras hacia alta mar, a mano izquierda- se encuentra el conocido cañón submarino de Avilés, el más profundo del mundo, según F. P. Shepard y R. F. Dill, los mayores expertos en esta materia geológica. El cañón origina una fosa de cerca de 4.750 metros de profundidad, creando un paraíso marítimo, aún inexplorado por su enorme calado.
Por todo esto, es por lo que Avilés quizás sea conocido algún día -aparte de por la catedral cultural de San Oscar Niemeyer- como la famosa ciudad asturiana que tiene un faro con un par de cañones. Tan históricos como invisibles.
Nuestra salada historia terrestre comienza a mano izquierda según vienes de alta mar y entras por la barra de la ría, que diría Gila. Allí está plantado el faro de Avilés, junto a la playa del Arañón la única -y de cantos rodados- de la villa del Adelantado.
Esta máquina de destellos, me refiero al faro no al Adelantado, es lugar de contrasentidos por su ubicación en territorios fronterizos de burocracias movedizas, ya que está al lado de un pedazo, con perdón, del pueblo de San Juan de Nieva (que está partido en dos por la ría), en terreno municipal de Gozón (o sea de Luanco) y sin embargo se denomina Faro de Avilés. Y tan oficial es este nombre como que hace dos semanas, circularon por toda España miles de décimos de la Lotería Nacional, que venían adornados con la foto del faro avilesino, construido en 1863 y cuya torre tiene una altura de 14 metros. Y lo que dicen los billetes de la Lotería Nacional va tan a misa como lo que viene en el Boletín Oficial del Estado.
El faro está en la proa de la mítica península de Nieva, la inexplorada, por los tesoros que allí hay escondidos y que nos empeñamos -con una gran fuerza de voluntad por nuestra parte- en seguir ignorando.
En este istmo -y en el lugar donde hoy está dicho faro- estuvo ubicado durante siglos un baluarte defensivo, que eufemísticamente se llamó castillo de San Juan de Nieva, aunque en realidad era una simple torre donde se emplazaron cañones, aunque hay quien defiende que -salvo contingencias- solía haber uno solo, vigilante ante el enemigo marítimo que pudiera aparecer.
Y apareció en 1762, por ejemplo. El castillo fue atacado por la tripulación de buques ingleses que lo conquistaron, aunque no pasaron de ahí porque fueron corridos por las tropas avilesinas y emprendieron la huida a todo trapo. Cosa gloriosa aquella. Ya ven por donde este mínimo territorio avilesino es el único que ha sufrido una invasión inglesa y ahí sigue, tan campante y nosotros sin celebrarlo.
Curiosamente el castillo comenzó a derrumbarse a la par que se demolía la legendaria muralla de la villa asturiana, en aquel enorme pelotazo urbanístico que se dio en Avilés en la primera mitad del siglo XIX.
El faro será universalmente conocido cuando Woody Allen estrene su próxima película, ya que aquí rodó hace poco una escena, o secuencia que dirían los viciosos del cine. Y entonces será cuando todo el mundo, a lo mejor se entere de que a 8 millas marinas (cerca de 15 Km..) del faro -y según miras hacia alta mar, a mano izquierda- se encuentra el conocido cañón submarino de Avilés, el más profundo del mundo, según F. P. Shepard y R. F. Dill, los mayores expertos en esta materia geológica. El cañón origina una fosa de cerca de 4.750 metros de profundidad, creando un paraíso marítimo, aún inexplorado por su enorme calado.
Por todo esto, es por lo que Avilés quizás sea conocido algún día -aparte de por la catedral cultural de San Oscar Niemeyer- como la famosa ciudad asturiana que tiene un faro con un par de cañones. Tan históricos como invisibles.
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