Si viviésemos en estas tierras que hoy llamamos Asturias hace unos 300 millones de años, ni siquiera podríamos hollar los fangos del suelo con nuestros pies, porque entonces nadie tenía pies. Lo más probable es que fuésemos un gran insecto, puesto que la alta concentración de oxígeno en la atmósfera (hasta un 35%), las elevadas temperaturas y el enorme grado de humedad en el ambiente favoreció la proliferación de bichos parecidos a las libélulas, pero de más de medio metro de envergadura. En realidad no es que el tiempo haya cambiado tanto por estas latitudes desde entonces -a pesar de glaciaciones, catástrofes geológicas y exterminios varios-, lo que sucede es que de aquella, esta balsa de piedra viajaba lentamente por la zona tropical del planeta, formando parte de Gondwana, un gigantesco continente que se integraría más tarde en Pangea, durante el Triásico. Después, lo que hoy es la Península Ibérica pasaría a formar parte de Laurasia, la placa que se movería hacia el Norte separandónos casi por casualidad de lo que hoy es el Caribe y del Norte de África. Pero esa historia llegaría mucho después.
Porque de aquella, de ser más espabilados que los insectos, podríamos ser, como mucho, un anfibio y retozar alegremente en las lúgubres aguas enfangadas que dominaban el paisaje, de las que emanaba un horrible hedor a restos orgánicos en descomposición. Unos recién llegados tras el reinado de los peces, allá por el periodo Devónico.
Apenas escucharíamos ruidos. Ni mamíferos que nos asusten con sus alaridos, ni pájaros que canten. Y nada se sabe aún de los grandes dinosaurios que poblarían la zona pasados otros 50 ó 100 millones de años. Solo el zumbido sorpresivo -casi como el de un motor, diríamos hoy- de aquellos insectos gigantes que espantaríamos con la cola y el burbujear de las aguas pantanosas. En el suelo más firme, una maraña vegetal de color amarillo verdoso, que no hierba, permitía corretear a los primeros reptiles. Unos pequeños lagartos que acabarían evolucionando hacia los mencionados dinosaurios, que tantas huellas dejarían en estas costas durante el Jurásico, y hacia los primeros mamíferos.
Sobre nuestras cabezas, más que árboles, observaríamos lo que hoy nos parecerían plantas gigantes, similares a los helechos o también a los actuales equisetos. Las ramas y las hojas formaban entonces un techo vegetal sobre la selva, por lo que apenas entraba luz, salvo en las zonas totalmente cubiertas por el agua.
Uno de aquellos grandes vegetales, fosilizado, es el que las mareas han dejado al descubierto con los últimos temporales en la playa de Arnao, un auténtico templo para los estudiosos de aquellos periodos geológicos, el Devónico y el Carbonífero. Pero no todos aquellos vegetales sufrieron la misma suerte. Otros, hundidos en el cieno, tras descomponerse, fueron convirtiéndose en turba, que a su vez era aplastada de nuevo por el barro y la arena, transformándose con el paso de los siglos en carbón. Ese carbón que tanto dio de comer -metafóricamente- en los últimos siglos y que ahora seguirá oculto hasta quién sabe cuándo, esperando que volvamos a querer utilizarlo.
De aquellos tiempos se conservan en Asturias numerosos restos fósiles, entre los que destacan por su abundancia y variedad «los organismos constructores de arrecifes», destaca Miguel Arbizu, profesor de la Universidad de Oviedo y autor de un estudio sobre el patrimonio geológico de Castrillón, donde se encuentra la playa de Arnao. Toda aquella riqueza vegetal y el reinado de los anfibios se vería destruido en el periodo Pérmico, hace unos 250 millones de años, tras la que se cree fue la mayor extinción sufrida sobre la capa de la Tierra, y en el Jurásico, los dinosaurios se harían dueños y señores de Asturias, hasta su extinción al final del Cretácico, a causa de una catástrofe biológica más famosa que la anterior, precisamente porque causó la muerte de estos grandes pobladores de la Tierra, pero menos devastadora.
De aquella época, Asturias conserva la tercer mejor colección del mundo de huellas de dinosaurio, solo por detrás de dos yacimientos en Estados Unidos. Y entre ellas destacan las de estegosaurios, de hace unos 150 millones de años, y las de pterosaurios, unos llamativos reptiles voladores que dejaron sus huellas impresas en lo que hoy son las costas asturianas. En cuanto a restos vegetales de la época jurásica, lo más destacado para José Carlos García Ramos, geólogo de la Universidad de Oviedo y director científico del Muja, son «los troncos de árboles del mesozoico, algunos en posición de vida. Principalmente son coníferas, y entre ellas destacan las pináceas, parecidas a los pinos de hoy en día. Algunas de ellas quedaron impregnadas por petróleo, dando lugar a algo muy familiar que todos conocemos, el azabache. De esto hace también unos 150 millones de años.
De lo que no han hallado restos aún en Asturias es de mamíferos de la época jurásica, aunque haberlo, habíalos. «Los reptiles ocupaban un tramo biológico que no permitía evolucionar a los grandes mamíferos. El más grande sería aproximadamente como un gato, pero aún no hemos encontrado ningún resto de mamífero de aquella época», relata García Ramos.
Tendrían que pasar esos 150 millones de años hasta la llegada de los homínidos. Los restos más antiguos conocidos en Asturias son los de los neandertales de la cueva del Sidrón, que se pasearon por estos bosques hace tan solo 49.000 años. Y cuando los sapiens nos extingamos, quién sabe cuándo será pero algún día llegará el momento, aquí se quedarán de nuevo estas tierras, o lo que quede de ellas, esperando por nuevos pobladores.
Las temperaturas propiciaron enormes plantas, como la aparecida en Arnao
No hay comentarios:
Publicar un comentario